Pues yo estoy en casita. Llegué esta mañana a las 7:30 en autobús desde Barcelona, donde aterrizó ayer a primera hora mi vuelo desde Cracovia. Hoy me dio tiempo simplemente de llegar a casa, ducharme y salir a cumplir con mis deberes.
Regreso con la espalda destrozada, mucho cansancio y la sensación de haber vivido dos semanas intensas. Ha sido un viaje diferente. He cargado la mochila más ligera que haya llevado jamás, he llevado portátil y en todos los sitios que he dormido he contado con wifi. Si por un lado me he ahorrado las penalidades de aquellos viajes en que llegué a cargar más de 25 kilos a la espalda, sudando la gota gorda desde la estación de tren al albergue juvenil de turno, la permanente conexión vía SMS, email y webcam aminora la sensación de aventura. Hay unas cuantas cosas que aprender para futuros viajes.
Espero no les haya aburrido con las batallitas del viaje. Se acabaron las entradas pretendidamente divertidas y facilonas. Toca volver a tocar los temas de siempre. Pero los que hayan seguido mis crónicas de mi periplo por Tallin, Riga, Vilna, Varsovia y Cracovia sabrán de mis encuentros con españoles palizas haciendo el tonto lejos de casa. Así que no puedo terminar sin contar que de camino a la estación de tren el sábado por la noche en la plaza central de Cracovia me encontró con un puñado de tunos dándole la paliza a los turistas que intentaban cenar en una terraza. Salí de allí por piernas para coger el tren hasta el aeropuerto de Cracovia-Balice. Mi vuelo a Barcelona salía a las seis de la mañana. Así que decidí pasar la noche en el aeropuerto. Intenté dormir pero en un primer momento me lo impidieron las risas y gritos de unos cretinos. Uno de ellos se puso a imitar sonidos de animales. Y ni me molesto en decirlo. ¿Lo adivinan? ¿Adivinan la nacionalidad de los tipos en cuestión? Menudo viaje. Sólo faltó Richard Clayderman en su piano sin control… y una maratón.