El trayecto en autobús desde Riga a Vilna dura, en teoría, algo más de cuatro horas. Con un Fernando Alonso del Báltico tardamos poco menos de cuatro horas en la mañana del sábado.
Entramos en la estación de autobuses a eso de las doce del mediodía y la primera tarea bajo un fuerte chaparrón fue encontrar el camino hacia el albergue. Algo difícil teniendo en cuenta que la niebla cubría el horizonte y no había manera de tomar ninguna torre de iglesia o castillo como referencia, cosa que sí se podía hacer en Tallin y Riga con cielos despejados.
Entre la ropa empapada, el frío pasado y la lluvia que no paraba lo único que me apeteció fue ducharme con agua bien caliente y echar una buena siesta que compensara el madrugón del viaje. Cuando me desperté era casi hora de buscar donde cenar. Fue andar dos calles y encontrarme la plaza del ayuntamiento y una banda de música en concierto. Parecía la noche de las bandas de música. Porque en un parque me encontré con una banda de música militar. Valses y tangos animaron al público. Pero no tanto como las polkas que animaron a casi todo el mundo a moverse y bailar, incluido un matrimonio adulto que dejó el paraguas en el suelo y bailó bajo la lluvia.
Que la polka fuera el no va más de la animación musical un sábado por la noche da una pista de la intensidad de la vida nocturna de la capital de Lituania, que más me pareció una pequeña ciudad de provincias. Quizás tras pasar por Riga la tranquilidad de Vilna y la normalidad de los lituanos resultara acogedora. El problema fue que el domingo tocó recoger los bártulos y salir a la calle, tras pasar la noche en el albergue juvenil, y hacer tiempo hasta la salida a las nueve y media de la noche del autobús rumbo a Varsovia.
Un día deambulando por Vilna bajo la lluvia, el viento y el frío con un paraguas roto e insuficiente abrigo no deja buen recuerdo. Aunque los seguidores del Legia Warsawa caminaran cerveza en mano y en camiseta por las calles de Vilna. Pero lo aventura es la aventura. Y por la noche puse fin a la etapa báltica de mi viaje. Varsovia esperaba.
Cerca de las doce de la noche, cuando llevábamos dos horas y media de viaje, nos acercamos a la frontera polaca. Cientos de camiones formaban una cola kilométrica que ocupaba todo el carril de la derecha, esperando cruzar la frontera. En la oscuridad era un espectáculo sorprendente para mí. ¿Cuántas horas tardarían en cruzar la frontera? Nuestro conductor no iba a tener esos problemas. Adelantó a todos aquellos camiones ocupando el carril de la izquierda. Las luces largas del par de camiones que nos encontramos por el camino hasta la frontera sirvieron para prevenir el que hubiéramos terminado convertidos en kebap de pasajero de autobús.
Y así llegamos a la frontera. Un control rutinario de pasaporte en mi caso. La palabra Unión Europea en la portada genera un desinterés general en los guardias de fronteras por revisarlos. Y para los polacos un paso de su D.N.I. electrónico por un lector de tarjetas acoplado a una PDA. Moderno ellos. Seguimos viaje, entonces, hasta Varsovia.
A mí me sorprendió ver esas largas colas en la frontera de Alemania con Polonia. Iba con la idea de ir a un país de la Unión Europa y me encontré con un país aún en fase de integración. Supongo que aún no está plenamente integrado en el Acuerdo Schengen y por eso de los controles en la parte alemana.
Menos mal que siempre suelo llevar el pasaporte y el DNI por si las moscas. A lo mejor sólo con el DNI hubiera bastado… pero con el pasaporte la cosa fue muy ágil, como tú dices.
En fin, disfruta de Polonia. A mi me sorprendió gratamente. Aunque sólo pude disfrutar de Varsovia un día me pareció mucho más interesante de lo que me la pintaban.