La España peninsular ha sufrido este verano incendios forestales terribles y mi sensación nuevamente es que las autoridades han reaccionado torpemente. Da igual si se trata de las inundaciones de Valencia en octubre de 2024, el gran apagón de abril de 2025 o los presentes incendios, todo el debate público gira en torno al intercambio de reproches entre el gobierno central y los gobiernos regionales, con los correspondientes gabinetes de comunicación y medios de comunicación afines buscando en las hemerotecas declaraciones y actuaciones que demuestren la hipocresía del rival. La política ha quedado reducida al intercambio de «zascas», con la entusiasta participación de los simpatizantes de uno y otro bando.
Mi conclusión es que tenemos un gobierno nacional más preocupado por la gestión de la comunicación de las crisis que por la gestión de las crisis. Y que en el campo contrario tenemos una derecha que ha renunciado a tener un pensamiento propio y simplemente copia-pega argumentarios de la alt-right estadounidense. Hace poco teníamos en España a liberales promercado defendiendo la imposición por parte del gobierno de Donald Trump de aranceles a las exportaciones españolas a Estados Unidos y ahora tenemos que, desde la derecha española, se copia el pensamiento acientífico de la alt-right estadounidense haciendo chistes sobre conceptos como cambio climático o incendios de 6ª generación. Las bromas sobre este último me dejan perplejo porque soy incapaz de encontrarle el ángulo político a un término que descubrimos con los incendios sufridos por California en 2020.

Inundaciones en el Levante e incendios en zonas naturales son catástrofes imprevisibles, pero es una realidad evidente que suceden en España de forma recurrente. Y lo que estamos viendo es que ante cualquier crisis sale a relucir la falta de planificación y la incapacidad de las administraciones públicas para coordinarse más allá de las diferencias partidarias. Me preocupa porque, extrapolando los resultados a los campos de la seguridad y la defensa, podemos anticipar resultados igualmente catastróficos.
Las fuerzas armadas españolas son una institución en crisis y un pensamiento muy frecuente entre los militares es que el día que haya que entrar en combate todo se resolverá gracias a la «proverbial capacidad de improvisación española» y a «echar cojones». Una forma de pensamiento mágico que exalta el triunfo del espíritu sobre la materia, tal como podíamos encontrar en los discursos oficiales del Japón de la Segunda Guerra Mundial o los diferentes regímenes árabes antes de entrar en guerra contra Israel.

Llevamos años hablando de cambio climático y de la España vacía. Y parece que a a nadie se le hubiera ocurrido que en una España rural cada vez más despoblada la limpieza del monte vaya quedando cada vez más descuidada. La sensación de permanente improvisación ante las crisis refleja una vez más la falta de pensamiento estratégico y visión a largo plazo, algo de lo que me he quejado repetidamente en torno a la falta de pensamiento geoestratégico en España.
Ustedes eran muy jóvenes, pero allá por noviembre de 2006 yo dediqué dos entradas de este blog a preguntarme qué pasaría si la desertización de los países del Magreb empujara a su población a emigrar (primera y segunda parte). Lo titulé «La delgada línea verde» en referencia a la franja de ese color que uno puede apreciar en la costa mediterránea del Norte de África a vista de satélite.

En el año 2024 leíamos el titular «Marruecos se enfrenta a la mayor sequía de su historia«, tras seis años seguidos de sequía. No cuesta mucho imaginar el destino de los jóvenes sin futuro de las zonas rurales: la emigración interna para formar parte del lumpenproletariado urbano o la emigración a Europa. Años atrás, el medio online Middle East Eye ofrecía en diciembre 2019 un recopilatorio de cánticos de las aficiones de varios equipos marroquíes que reflejaban las quejas de una juventud sin futuro que sólo veía la emigración como salida.
Más al sur, tenemos la crisis compleja del Sahel y los mismos problemas de falta de expectativas en los países de África Occidental. El pasado 17 de agosto leíamos en un artículo de Soraya Aybar Laafou para ElDiario.es: «La juventud de Guinea Conakry ve en la travesía a través del mar o el desierto su “única salida” para huir de la pobreza, la desigualdad y la inestabilidad política agravada en el país tras el golpe de estado de 2021».
En España vemos que el tabú de hablar en público de los problemas generados por la inmigración se ha empezado a romper. Pero no veo debate alguno que incluya perspectivas demográficas.

Quizás la ineptitud de las administraciones públicas española sólo sea un síntoma más del inevitable descenso del país hacia niveles de menor desarrollo tras décadas de estancamiento económico. Y yo no puedo dejar de pensar en todos esos autores que nos ofrecieron una perspectiva del auge y caída de las civilizaciones en el largo plazo. Pienso en Ibn Jaldún, nacido en Túnez dentro de una familia de origen andalusí. Los Prolegómenos (Al-Muqaddima) a su historia universal tiene edición en español de la editorial española Almuzara (1.376 páginas) y del Fondo de Cultura Económica de México (1.166 páginas), ambos agotadas por lo que veo. Pienso en Oswald Spengler y La Decadencia de Occidente. La edición de Austral tiene dos partes (624 páginas la primera y 656 la segunda). Y por supuesto, dentro de la Escuela de los Annales, tenemos El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel, que en su edición del Fondo de la Cultura Económica de México tiene dos partes (845 páginas la primera y 944 páginas la segunda).
Me he tomado la molestia de consultar la longitud en páginas de cada obra porque creo que hay algo profundamente simbólico que los distintos autores que nos invitaron a pensar en el largo plazo elaboraran obras larguísimas considerando que vivimos en una época en que las redes sociales nos han freído el cerebro y la capacidad de atención. No sé si vivimos tiempos de decadencia sin retorno pero sí creo que tenemos desesperadamente que abandonar el marco cortoplacista que nos imponen políticos y medios de comunicación.


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