
Mi interés por África surgió de forma accidental. Mi primera región de interés fue el Magreb, por su importancia estratégica para España. Durante la Guerra Fría, el arco Mediterráneo fue considerado el Flanco Sur de la OTAN, así que en 2002 creé Flanco Sur como página web. Pero tras unos pocos años, eran los comienzos de la década pasada, caí en la cuenta que en el horizonte no había ninguna probabilidad de conflicto. Es más, el nuevo escenario posterior al 11-S colocaban a España y Marruecos enfrentados a amenazas comunes que llevaban a una mayor cooperación policial y de inteligencia. Todos los acontecimientos interesantes estaban sucediendo más al sur del Magreb.
En paralelo, mi interés como sociólogo por la transformación de la guerra me llevó a leer sobre los conflictos armados de África Occidental durante los años 90. Por aquel entonces, además, empezaron a llegar las primeras pateras a Canarias, fenómeno que siguió de cerca Pepe Naranjo [1]. Para mí era relevante comprender lo qué había pasado en Sierra Leona o Liberia para entender de qué hubía la gente que llegaba a Canarias. Así que quizás influyó también mi condición de canario, porque mirar al sur suponía mirar a África Occidental y no al Magreb. En 2005 hablé por primera vez del «Flanco Sur Profundo» como región estratégica para España. En 2015, el Ejército de Tierra organizó en Madrid unas jornadas para hablar del Sahel como «Frontera Avanzada», así que podemos decir que el concepto ha sido totalmente asumido.
Mi interés por la transformación de la guerra me llevó a analizar un nuevo tipo de conflicto que denominé «Guerras Posmodernas». Hablo de posmoderno no en el sentido filosófico y cultural, sino histórico. En la historiografía anglosajona se entiende por Era Moderna el período que abarca de la transición de la Edad Media al Renacimiento hasta la aparición de la Sociedad Industrial. Ese período se caracteriza por la aparición y consolidación de la institución del Estado-Nación. Así que las Guerras Posmodernas son el tipo de guerras que aparecen tras la Segunda Guerra Mundial en una nueva era en el que el Estado-Nación deja de ser el actor fundamental del panorama internacional por la aparición de actores supra-estatales y subestatales. Por un lado, como actores supra-estatales tenemos organizaciones como la Unión Europea que organiza sus propuias misiones militares. Por otro lado, como actores sub-estatales tenemos una enorme diversidad de actores que van desde grandes corporaciones que manejan una riqueza superior a la de países, movimientos sociales, ONGs y por supuesto grupos armados. Asistimos a la aparición de fenómenos transnacionales a los que un sólo país ya no es capaz de hacer frente, desde el cambio climático al terrorismo. Además, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se ha producido una disminución de las guerras convencionales en las que se enfrentan los ejércitos regulares de Estados-Nación, para dar lugar a conflictos intra-estatales. Esos sí, esos conflictos internos están altamente internacionalizados, con la presencia de una multiplicidad de actores externos (desde medios de comunicación, a ONGs y contratistas privados, etc.). Otro fenómeno relevante es que se ha producido una converencia entre los conflictos armados y el crimen organizado, donde se desdibujan los conceptos clásicos de defensa y seguridad. Es un espectro amplio en el que en un extremo tenemos la militarización de la policía o la violencia del Narco en México y Centroamérica que llegan a cotas de guerra civil, mientras que en el otro lado del expectro tenemos a grupos armados dedicados al crimen organizado y la explotación de recursos. Este último fenómeno tiene que ver con la ausencia de la financión, con ciertas excepciones como Siria, de grupos insurgentes por parte de los gobiernos de Washington, Moscú, Pekín. La Hábana o Trípoli, como en los tiempos de la Guerra Fría. Una última característica de las Guerras Posmodernas, una característica que es emergente, es la importancia de la dimensión inmaterial, dada la importancia de la información. Bien, considerando la propia información como arma, o bien considerando la ciberguerra.
En el caso del yihadismo en África, el marco conceptual de las «Guerras Posmodernas» es perfectamente aplicable a los casos de Mali, Nigeria y Somalia, por ejemplo. En los tres países tenemos conflictos internos que enfrenta al gobierno con fuerzas yihadistas pero se trata de conflicto con una alto grado de internacionalización, en el que están presentes tanto actores supra-estatales como sub-estatales. En los tres casos tenemos organizaciones internacionales y regionales, como la ONU, la Unión Europea, la Unión Africana o la organización de países de la cuenca del Lago Chad. Tenemos como actores presentes en los conflictos a fuerzas de organizaciones supra-estatales, como los cascos azules y a las fuerzas europeas en Mali. También tenemos fuerzas de paz de la Unión Africana en Somalia. Pero también tenemos actores sub-estatales, como son las empresas militares privadas. Por ejemplo, STTEP International estuvo en Nigeria asesorando al ejército en su lucha contra Boko Haram y Bancroft Global Development asesoró a las fuerzas ugandesas que nutrían la fuerza de paz de la Unión Africa en Somalia. Pero la privatización de la guerra tiene otros ejemplos, como es la participación de la aerolínea canaria NAYSA en el esfuerzo logístico francés en el Sahel. Aunque los casos de Mali, Nigeria y Somalia se traten de conflictos internos, la violencia en los tres casos es transnacional y ha desbordado las fronteras nacionales. Sea desde Mali al Sahel, Nigeria a la cuenca del lago Chad o de Somalia a Kenia y Uganda.

La transformación de la guerra tras el fin de la Guerra Fría generó un amplio debate académico tras la publicación de Nuevas Guerras de Mary Kaldor en 1999. Se discute cuánto hay de nuevo en las Nuevas Guerras pero precisamente por eso yo no señalo el fin de la Guerra Fría como el comienzo de una nueva era, sino que retrocedo a la Guerra Fría como un período de ransición. Así, podríamos aplicar perfectamente el marco anterior de las Guerras Posmodernas a la crisis del Congo y a la Guerra de Biafra en los años setenta. Así que África fue un escenario temprano de la transformación de la guerra que vimos luego en el resto del mundo. Todo el debate sobre la crisis de los Estados post-coloniales africanos antecedió en años al actual debate sobre la crisis de los estados árabes (Libia, Siria, Iraq, Yemen, etc) y el legado del acuerdo Sykes-Picot, del que se celebra este año su primer centeario. Así que puestos a abordar el fenómeno del yihadismo en África tenemos que señalar que África no se trata de un escenario secundario de la yihad, si revisamos las cifras de víctimas mortales y desplazados.
Resulta que la violencia yihadista en Nigeria alcanza cifras de víctimas mortales que lo pone a la par de países en conflicto como Iraq y Siria. Es más, en 2014 el grupo Boko Haram alcanzó el triste hito de ser el grupo yihadista más letal del mundo en sus ataques terroristas. Así que podemos afirmar la centralidad de la yihad africana en el panorama de la yihad global. Y eso es así porque el Islam africano no se ha visto ajeno a las dinámicas del mundo musulmán, donde encontramos violencia inspirada por el salafismo-yihadista desde la cuenca del Lago Chad al sur de Filipinas. Siempre se ha señalado la tradición de tolerancia del Islam africano. Sin ir más lejos, tras el 11-S el periodista Yaroslav Trofimov del Washington Post se embarcó en un viaje por el mundo musulmán [2] y se desplazó a Mali para conocer mejor su Islam pacífico y tolerante. Trofimov viajó a Mali porque había encontrado que según Freedom House de los 47 países de mayoría musulmana Senegal y Mali eran los único que recibían la clasificación de «totalmente libre». Aproximadamente una década después, Mali era el corazón de la yihad en el Sahel.
El salafismo-yihadista llegó a África tras el fin de la yihad afgana, el crisol donde nació el yihadismo global. Los veteranos de la guerra de Afganistán lanzaron campañas de violencia en países como Egipto y Argelia. La conmoción provocada por el ataque a turistas en Luxor en 1997, un atentado con 62 muertos, colocó a la sociedad egipcia en contra de la violencia yihadista. En Argelia, en cambio, la violencia se dio en el contexto de una guerra civil. Los yihadistas más recalcitrantes del Grupo Islámico Armado pasaron al Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, mientras el país vivía un proceso de reconciliación nacional. Los yihadistas, derrotados, marcharon al sur y en 2006 el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate se alió con Al Qaeda para transformarse al año siguiente en Al Qaeda en el Magreb Islámico. A partir de ahí, la violencia yihadista se expandió a Mauritania, Mali, Níger, etc.
En Nigeria encontramos un proceso parecido, donde el Islam local se vio influenciado por los acontecimientos globales. Tras la Revolución Iraní, se producen conversiones al chiísmo, una corriente musulmana ajena a la tradición nigeriana. El islamismo arraiga en Nigeria, pero no debemos pensar en ellas como corrientes conservadoras que pretenden mantener una tradición. Sino que se trata de un proceso de re-islamización. La sharía es introducida por primera por un estado nigeriano en fecha tan tardía como enero de 2000. Recordemos el caso de Amina Lawal, condenada a la lapidación por tener un hijo fuera del matrimonio.

El salafismo-yihadista encontró eco en África porque sirvió para articular agravios en países con toda una serie de problemas particulares. Pensemos en un país africano, antigua colonia francesa. El país tiene un norte desértico, donde vive población pastoril y nómada, y un sur fértil cruzado por ríos que fue llamado el «país útil» por los franceses. La administración colonial se nutrió de habitantes del sur. Y cuando el país alcanzó la independencia, el Estado post-colonial heredó la misma estructura, con habitantes del sur copando el gobierno, la administración pública y las fuerzas armadas. Tras unos años de sequía y una crisis en Libia, comenzó un conflicto armado en el país. ¿De qué país hablo? ¿Mali en 2012? Chad entre 1965 y 1990. Pero el guión del conflicto chadiano efectivamente coincide con el de Mali. ¿Qué pasó entonces 30 años en Mali después? Que en Chad la insurgencia del Frente de Liberación Nacional del Chad (FROLINAT) era de inspiración marxista y apoyada por la Libia de Gadafi como una lucha anti-colonial para acabar la influencia francesa. En Mali en 2012 no quedaba rastro de los los movimientos políticos de la Guerra Fría y las luchas locales eran ahora de inspiración salafista-yihadista.
Hemos visto que África es una región donde asistimos de forma temprana a la transformación de la guerra, que es un escenario importante de la yihad global y que el Islam africano ha sufrido una transformación paralela al mundo musulmán. África es una región conectada al mundo. Y esa hipótesis se comprueba al constatar también efectivos positivos del África globalizada. Véanse los reportajes «África Conectada» en Planeta Futuro y «Los 15-M africanos» en Áfricaye, donde descubrimos los movimientos sociales africanos que usan las redes sociales.
[1] Véase su libro Cayucos (Debate, 2006).
[2] Viaje que quedó plasmado en el libro Faith at war (2005).
Muy buen artículo. ¿Hubo preguntas o reflexiones?
Lo siguiente será hacer una crónica de lo que allí viví y se dijo.
«…Mali era el corazón de la yihad en el Sahel…» Bufff…. quizas demasiado rotundo, esto admite matices, no?