Esta semana mi colaboración semanal en la sección Defensa del diario digital El Confidencial trata de la película “Civil War” que presenta una guerra civil en un Estados Unidos de un futuro muy próximo. Como cuento en el artículo, la película no profundiza en las razones de la guerra civil y es en realidad una película sobre reporteros de guerra que se ve inmersos en una guerra cruel. Sin embargo, trate el tema de una guerra civil en Estados Unidos no es casual. La sensación de profunda polarización política en el país ha llevado a que en las encuestas un porcentaje importante de la población estadounidense crea que es posible una guerra civil en el país. En mi artículo abordo el trasfondo sociológico de la fractura social en Estados Unidos y planteo tres escenarios posibles.

La fragmentación social, económica y política de Estados Unidos y el guerracivilismo latente en el país es un tema que cubierto a lo largo de los años en este blog. En enero de 2013 publiqué una reseña del libro An Empire Wilderness. Travels into America’s future (1998) de Robert D. Kaplan, el autor del que más libros haya ahora mismo en mi biblioteca. Kaplan es un periodista que arrancó su carrera como reportero de guerra y luego se especializó en reportajes donde combina un enfoque geopolítico e histórico con la mirada sobre el terreno y entrevistas a personajes relevantes. En este caso, Kaplan aplicó su método de trabajo a su propio país para descubrir la fragmentación del territorio según ciertas regiones se conectaban a la economía global mientras otras vivían a espaldas del resto del país. Kaplan encontró no sólo la habitual desconfianza hacia los “burócratas de Washington”, sino una desconfianza en zonas rurales y conservadoras hacia los gobiernos regionales.
En noviembre de 2013, el mismo año en que había publicado la reseña del libro de Kaplan, encontré en Buzzfeed un artículo de Hunter Schwarz sobre los territorios de Estados Unidos que querían secesionarse de su actual estado o fusionarse con otro. El fenómeno respondía a que muchas áreas rurales y conservadoras de Estados Unidos sentían que la política regional estaba dominada por las grandes urbes progresistas. Mirando el mapa que recogía los afanes secesionistas encontrábamos a regiones enteras de California, Washington, Florida e Illinois que querían separarse de Los Angeles, Seattle, Miami y Chicago para formar su propio estado rural y conservador.
La divisoria en Estados Unidos no sólo era urbana-rural. Collin Woodard había estudiado en su libro American Nations: A History of the Eleven Rival Regional Cultures of North America que se podía dividir Norteamérica en once regiones culturales atendiendo a una matriz de valores y opiniones sobre asuntos como inmigración, pena de muerte o el grado óptimo de implicación del Estado en la economía. El estudio encontraba cosas que ya había adelantado Kaplan años antes. Como la transformación que la inmigración hispana estaba ejerciendo en la frontera con México o la similitud entre los estadounidenses de la región de Seattle y los canadienses unos pocos kilómetros más allá.
Resumí las ideas de Schwarz y Woodard en “Los muchos Estados Unidos”. Fundamentalmente Estados Unidos podía dividirse en dos países. Uno formado por ambas costas, la región de los Grandes Lagos y algunos núcleos urbanos de Texas y Colorado. El otro formado por el interior rural más el sur, tanto el Viejo Sur como el Sur Profundo. Esas diferencias saltaron al debate político, por ejemplo, durante las elecciones de 2008 cuando la candidata republicana a vicepresidente, Sarah Palin, apeló al voto de las regiones rurales y conservadoras como el “corazón del país”, el Heartland. Más recientemente, la congresista Marjorie Taylor Greene proponía un «divorcion nacional».
Como vemos, el proceso de fragmentación y polarización política es una historia de largo recorrido, pero se aceleró y se hizo visible en el siguiente proceso electoral. De ahí que para hablar del resultado final Roger Senserrich en su libro Por qué se rompió Estados Unidos. Populismo y polarización en la era Trump haga un recorrido histórico por la historia política del país desde su fundación para entender cómo funcionaron los consensos que ahora se han roto.
En el año 2020, el último año de Donald Trump en la Casa Blanca, tuvimos en Estados Unidos la ocupación de edificios públicos y concentraciones de civiles armados con un evidente discurso guerracivilista. Escribí al respecto en junio de 2020: “Guerracivilismo en EE.UU.: The Boogaloo”. El nombre era una referencia a “Breakin’ 2: Electric Boogaloo”, una película de 1984 hecha a toda prisa para explotar el éxito de la película original y la popularidad del break dance, pero que pasó a la historia de Hollywood como sinónimo de secuela oportunista y sin gracia. El término “Electric Boogalo” pasó al lenguaje popular estadounidense para denotar algo que era una triste sombra del original. En la alt-right estadounidense, tan dada a la ironía y la autoparodia, asumían que la historia ocurre dos veces, primero como tragedia y luego como farsa.

Las milicias de ultraderecha habían aparecido como fenómeno en los años 90, durante los años de Bill Clinton en el poder y la ultraderecha estadounidense lanzando teorías de la conspiración sobre helicópteros negros y unidades militares rusas escondidas en territorio estadounidense en bases secretas. Repasé el fenómeno en marzo de 2013, que en su momento captó la atención del sociólogo español Manuel Castells, en “Dejados atrás: de las Milicias a Trump”.
La paranoia de los años 90 era muy específica sobre fuerzas militares rusas bajo mando de Naciones Unidas que permanecían escondidas en bases secretas en territorio estadounidense esperando la orden de avanzar por las autopistas guiándose por los códigos de barra de las señales de tráfico para desarmar la población y quitarle a la gente su dinero, usando las medidas antirrobo para detectarlo aún escondido dentro de las casas. El destino final de la población sería hornos crematorios ubicados en las instalaciones de la agencia federal de gestión de emergencias (FEMA).
Sin embargo, veinte años después el lugar de Rusia cambió en el imaginario colectivo de la ultraderecha estadounidense y tanto banderas de Rusia como la cara de Putin apareció en pegatinas y camisetas. La Rusia de Putin convertía en referente del autoritarismo conservador cristiano llevó a que los activistas de ultraderecha estadounidenses aparecieron armados en concentraciones con prendas militares rusas o con patrones de camuflajes rusos. Expliqué el asunto en marzo de 2020 en “La estética rusa militar en la Nueva Guerra Fría”.

Esta nueva ola de paranoia ultraderechista y activismo político armado ha causado suficiente preocupación en Estados Unidos como para que encontremos libros que tratan cómo el país podría deslizarse hacia el precipicio haciendo un estudio comparado con lo que sabemos de las guerras civiles. Pero hay otra posibilidad que abordo en mi artículo para El Confidencial.

La ultrapolarización política es el síntoma de un malestar de fondo de un país que marcha a dos velocidades en medio de un profundo cambio social y cultural. Y ese nivel de agitación podría no conducir a una guerra civil pero sí a una era de violencia política, algo sobre lo que escribí el 18 de diciembre de 2020 en “Violencia política en Estados Unidos”. Dos días después tuvimos el estallido de una bomba en Nashville (Tennessee) y semanas después el asalto al Capitolio. Dos acontecimientos sobre los que escribí en “Asalto al Capitolio: ¿Qué hay detrás de los seguidores de Trump?” en The Political Room y “La bomba de Nashville y el terrorismo del futuro” aquí en diciembre de 2020.
La efervescencia política que estamos viendo ahora mismo en los campus universitarios estadounidenses, donde las protestas en solidaridad con Palestina esconden un profundo antisemitismo pero también el malestar de la “juventud sin futuro” estadounidense, podría ser el germen de algo. Los jóvenes privilegiados que acuden a la universidad salen aplastados por la deuda contraída y se ven enfrentados a un mercado laboral que no les garantiza el ascenso social. No es difícil trazar paralelismos con 1968 y la aparición de una ola de violencia política de ultraizquierda en Norteamérica y Europa. En Después de la pasión política (Taurus, 1999) nos contaba Josep Ramoneda viene el desencanto y para algunos el salto a la lucha armada como forma de acelerar las contradicciones del sistema.


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2 respuestas a “Razones y fenómenos del guerracivilismo estadounidense”
Hay quien habla de la «inevitable balcanización» de Occidente y en España es frecuente encontrar en las redes sociales avisos a «los subcampeones» marcando líneas rojas.
Sin embargo, yo creo que la mezcla de infantilismo y pereza que arrasa en la sociedades occidentales (mayor cuanto menor es la edad) es suficiente para que no arraiguen movimientos violentos. Es imposible movilizar a nadie excepto si la causa tiene un componente muy marcado de bienquedismo o si es un espectáculo artístico para masas (y hasta los artistas ya se quejan de que los espectadores están más preocupados por los selfies y los likes que por su música).
El único problema podría venir si desde las instituciones se decide crear un «problema político» que genere miles de cargos públicos bien remunerados, asesores, parentela colocada y una bandera que agitar (como los nacionalismos periféricos españoles) y desde ahí se justifica el uso de la violencia pero, con lo visto en el caso español, es realmente difícil que algo así prospere porque los estados tienen hoy día capacidades más que suficientes para desarticular cualquier conato violento.
Me sorprende leerle que: «en los campus universitarios estadounidenses, donde las protestas en solidaridad con Palestina esconden un profundo antisemitismo»
¿Por qué antisemitismo? ¿Y por qué profundo?
¿No cree que se puede rechazar los actos atroces de Hamas, reconocer el derecho de Israel a defenderse, y a la vez rechazar la masacre desproporcionada de civiles indefensos de Gaza?