Reseña de «Active Measures» de Thomas Rid por Amón Moriones

Nuevamente me alegra poder ofrecer un texto obra de una firma invitada y poder dar mayor pluralidad de voces a este blog. En esta ocasión se trata de la reseña de un libro fundamental, Active Measures de Thomas Rid, libro publicado en español como Desinformación y guerra política: Historia de un siglo de falsificaciones y engaños (Crítica, 2021),

Thomas Rid es un investigador y autor alemán prolijo en el estudio de la desinformación durante el siglo XX y sus diversas variantes en la era digital. Se autodenomina un historiador de la desinformación y en este ensayo presenta un análisis inductivo de los casos más relevantes de operaciones desinformativas conocidas ocurridas durante la Guerra Fría, comenzando en la época inmediatamente posterior a la Revolución de 1917 y llegando hasta la actualidad.

Thomas Rid (foto vía Twitter).

En primer lugar Rid sienta las bases de una teoría general en la que las medidas activas se ejecutan como principal arma desinformativa. El agresor suele ser un régimen totalitario carente de escrúpulos y con necesidad de legitimarse, el cual penetra la sociedad enemiga durante momentos críticos (crisis, ebullición social, crispación,  miedo, incertidumbre, histeria, insatisfacción o enfrentamiento). Busca crear un efecto psicológico y emocional colectivo que subvierta, divida y suma a la sociedad enemiga en un ambiente de recelo y sospecha hacia sus propias instituciones, líderes, valores fundacionales o planes estratégicos; a ser posible consiguiendo su apoyo involuntario. Sus principales tácticas (falsificación, filtración, creación de organizaciones ficticias, entre otras) tienen como objetivo explotar las consideradas como “debilidades sociales” (leyendas urbanas, rumores conspiranoicos, estereotipos autocomplacientes, miedos más atávicos, prejuicios) para que el virus desinformativo se propague gracias a periodistas sensacionalistas con ganas de ser el centro de atención, críticos con el régimen, grupos radicales e ideologizados, ONG´s movidas por nobles ideales, activistas y académicos, el mundo del entretenimiento, individuos y organizaciones independientes, jóvenes idealistas, movimientos utópicos, figuras relevantes de la sociedad, filósofos, «almas libres» y todos los extremos del espectro político; los denominados «tontos útiles«. El proceso requiere de un profundo conocimiento de los asuntos internos y la cultura del país en cuestión.

Logo de D.C. Leaks, una organización que pretendía ser un grupo activista y sirvió de tapadera para difundir información robada por hackers rusos.

Por otra parte, Rid extrapola las principales características que definieron la desinformación soviética mediante medidas activas durante el pasado siglo para comprender cuál ha sido su continuidad histórica tras la derrota del Bloque del Este y la desintegración de la URSS. El principal factor a tener en cuenta es el desarrollo en las tecnologías de la información y la comunicación, pues desde sus inicios las medidas activas dependen y se adaptan al contexto tecnológico en que se desarrollan.

El momento apropiado para relanzarlas fue el nacimiento de las redes sociales, si bien se venía experimentando con la subcultura utópica hacker de tintes libertarios. Esto cristalizó en una nueva metodología del siglo XXI adaptada al contexto cibernético que utiliza principalmente la táctica de filtrar vía Internet documentos oficiales o conversaciones telefónicas de políticos y diplomáticos occidentales por medio de páginas web falsificadas para crear la apariencia de pertenecer a grupos hacker organizados. Aunque los agentes de desinformación también pueden ponerse en contacto con grupos de hackers reales para facilitarles las filtraciones, verídicas o especialmente falsificadas para ellos.

El periodo dorado de esta nueva época en la historia de la desinformación es 2013-2015, es decir, entre el comienzo de las hostilidades en Ucrania y la campaña presidencial para las elecciones que llevaron a Donald Trump al poder.

También entrarían en escena nuevos actores como la guerra memética de la Agencia de Investigación de Internet (IRA), financiada por Evgyeniy Prigozhin (vinculado con Wagner Group), cuya situación de desconexión y falta de coordinación con las agencias de inteligencia estatales sugiere una posible externalización dentro de la subcultura desinformativa rusa.

En general, esta última fase se caracteriza por la dinamización de las medidas activas, la cual ha enrevesado y complicado el estudio de la desinformación porque exagera desmedidamente sus efectos, lo que precisamente es el principal objetivo de esta. En otras palabras, las características de la desinformación siguen siendo las mismas, si bien se han agudizado.

Medidas Activas de Thomas Rid supone la comprensión de una faceta inédita de la Guerra Fría y de cómo sus largos tentáculos se extienden hasta la actualidad más inmediata. Pero también nos advierte de que no hay nada nuevo respecto a la desinformación, nunca lo ha habido. No desapareció con la caída de la URSS, sino que ha sobrevivido adaptándose al cambio tecnológico como siempre ha hecho. Hay una continuidad evidente entre las medidas activas soviéticas y la desinformación actual, lo cual no impide la aparición de nuevos actores. Pero quizás la lección más importante de esta obra es que el estudio de la desinformación supone necesariamente luchar contra ella, porque consiste en medir y valorar adecuada y racionalmente sus efectos, cuando precisamente el objetivo de esta es descontextualizarlos. La fascinación que para muchos suponen sus consecuencias juega en contra del investigador, pues como bien advierte Thomas Rid, este debe sopesarlas fríamente para no caer ni en una sobrevaloración que las exagere ni en una infravaloración que las pase por alto, convirtiéndose a sí mismo en otro “tonto útil”.

Amón Moriones.

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