El que me siga en Twitter (soy @jpereztriana) habrá visto desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania que yo no aplico el procedimiento recomendado estándar de bloquear a los trolls y pasar a otra cosa. Yo voy de frente con ellos porque me interesa estudiar las narrativas que manejan y porque me fascina el fenómeno de gente que en Occidente ha decidido defender furibundamente la versión rusa de esta guerra. Hablo aquí de trolls en sentido amplio. En sentido estricto se trata de personas que no aportan nada a un debate en Internet y que buscan descarrilar una conversación con sus provocaciones. De ese tipo me he encontrado pocos. Fundamentalmente, gente que le da rabia y envidia la notoriedad que he alcanzado en los medios de comunicación desde el comienzo de la guerra.
En su sentido amplio, haremos aquí una simplificación, un troll es una persona que participa en las redes sociales buscando molestar con un tono provocador y desafiante, llevando la contraria con argumentos e información simplificados, tergiversados o sin contrastar. Es decir, un troll no dice “creo que está usted equivocado sobre ese acontecimiento de la guerra de Ucrania, aquí tengo un dato que lo prueba”. Un troll dice “ja, ja, ja… eres patético, no tienes ni puta idea 🤣”. Nótese el uso del emoji 🤣, que es un recurso que usan como signo distintivo. Los trolls suelen además recurrir a argumentos homofóbicos, empleando el sexo entre hombres como metáfora de algo indigno. Así, defender la soberanía de Ucrania frente a la invasión de Rusia y un papel activo de Occidente ayudando al esfuerzo de guerra ucraniano se convierte para el troll en practicarle sexo oral a Joe Biden o Boris Johnson. Esto último es un argumento interesante. En el conflicto de la guerra de Ucrania, los trolls que defienden al bando ruso son lo que en la Unión Soviética llamaban “tontos útiles” al servicio del Kremlin, actuando en la práctica como agentes de desinformación de una potencia extranjera hostil a Occidente. Así que, en lo que sería un acto de proyección psicológica, acusan a los defensores de Ucrania y las acciones de Occidente, en “traidores” al servicio de Estados Unidos y Reino Unido.
La parte más interesante del fenómeno es el absoluto convencimiento que los trolls pretenden mantener de conocer mejor que nadie los acontecimientos en curso. Los trolls comparten con los defensores de las teorías de la conspiración el sentimiento de formar parte de una minoría selecta de rebeldes que se salieron del rebaño. Me pareció curioso descubrir la frecuencia con la que el término “librepensador” aparece en la pequeña biografía de Twitter entre personas que difunden disparates. Durante mucho tiempo también fueron abundantes las referencias en Internet a la película “Matrix”, aunque su estreno en 1999 supone que a estas alturas hacen referencia a ellas sólo gente de cierta edad.
Una encuesta en Canadá reflejaba que había una alta correlación entre el rechazo a las vacunas y al envío de armas a Ucrania. El mismo fenómeno se aprecia en España. En el año 2014 el apoyo a la invasión rusa de Ucrania era una cuestión ideológica, siendo apoyada desde los dos extremos del eje ideológico izquierda-derecha. Las limitaciones de un eje unidimensional para entender la Nueva Guerra las expliqué en agosto de 2015 aquí en mi blog en “La dimensión ideológica de la Nueva Guerra Fría”. Sin embargo, ahora en 2022, encontramos perfiles de Twitter con ideas que se solapan con la ultraderecha, pero cuyo discurso ideológicamente indefinido gira en torno a temas que han generado un discurso conspiranoico, como las vacunas y la Agenda 2030.
La gran paradoja del fenómeno de los trolls es que mientras estas personas sostienen que en Occidente vivimos en un mundo donde nada es como parece, donde las autoridades nos engañan sobre la autoría de los grandes atentados terroristas o sobre el sexo biológico de las esposas de sus líderes, dan absoluta validez y reproducen con entusiasmo la versión rusa de la guerra. Podríamos pensar que buena parte de esos trolls son personas a sueldo dentro de un esfuerzo coherente y sostenido de guerra de información. Al fin y al cabo, influir en la opinión pública de los países occidentales para que cese el apoyo a Ucrania es un objetivo estratégico para Rusia y con total seguridad están invirtiendo recursos en ello. Pero Internet está lleno de gente que dedica gran cantidad de tiempo, recursos y energías a aficiones sin ningún tipo de remuneración. Y vemos en muchos trolls ese tipo de empeño que un profesional a sueldo jamás mostraría.
Es evidente que los medios rusos apelan a esa categoría de personas de mentalidad conspiranoica, que a pesar de sus recelos hacia las fuentes gubernamentales han comprado totalmente el relato ruso como un punto de vista propio de librepensadores y rebeldes. Lo que se me escapa es cómo los trolls, suponiendo que no estén a sueldo, asimilan que repetidamente los puntos de vista que defienden tan vehementemente se demuestran equivocados o falsos. A propósito de esto último, haré en el futuro un corrido por las ideas difundidas por la narrativa rusa desde poco antes del comienzo de la guerra.
La última duda que me queda es preguntarme si esa combinación de trolls y desconexión de la realidad es un fenómeno que refleja las angustias vitales de una población que ve su calidad de vida estancada o en retroceso, que no se siente representada en el panorama político y que siente la necesidad de hacerse oír, por lo que procura sobresalir en el ruido cacofónico de las redes sociales. Así, como al defensor de las teorías conspirativas, al troll le resulta irrelevante la realidad. Simplemente es alguien que ha encontrado que repetir ciertas ideas que resultan escandalosas en Twitter de forma anónima le da una notoriedad que nunca alcanzaría con su identidad real. El troll es en definitiva el tipo disfrazado con unos cuernos dentro del Capitolio de Washington D.C.

De mi experiencia personal sé que con un troll no se debate de manera ordenada y racional, es más parecido a un combate de boxeo lanzándose descalificaciones personales y desplantes.
Otro detalle que caracteriza un debate con un troll es el constante menosprecio y falta de respeto que este muestra hacia sus oponentes: él está en posesión de la verdad y tú eres un pobre ignorante al que mirar con conmiseración. Esta actitud condescendiente es habitual verla en personas muy frustradas.
Creo que un troll únicamente busca desahogar su frustración y el tema utilizado es un poco indiferente.
Es como cuando le estás contando a tus amigos una ruptura sentimental. Realmente solo quieres que te escuchen para quedarte más tranquilo.
Yo mismo he sido un poco troll en el ámbito laboral cuando estaba muy a disgusto en mi empresa y quería irme. En cuanto me fui se me pasó.
Supongo que debe haber mucha gente frustrada que se desahoga en las redes sociales.
JM
Hola Jesús más que apoyar o no apoyar tipo troll el asunto de Ucrania Rusia haría hincapié en el desacuerdo de Minsk y la forma poco ortodoxa de resolver un conflicto político generado en 2014. Pero me falta información de alto copete para seguir argumentando.
España es un grave caso de : desmoralización y subversión ideológica . Y Hispano America igual . Los » troll » no son » tontos útiles son ENEMIGOS . Chao .
Jesús , acabo de ver este artículo en tu blog . Solo quiero decirte una cosa . No soy ningún troll ni nada parecido ( lo digo por si acaso lo hubieras pensado de mi) . Solo he intervenido en tu blog porque me han interesado mucho los artículos militares editados y porque me pareció interesante ofrecerte mi punto de vista acerca de esos temas . Un saludo desde Jerez de la Frontera en la provincia de Cádiz .
Usted compró un relato y califica de trolls a los que compraron otro.
Pero no es usted diferente a ellos.