Puigdemont, el Kremlin y una cortina de humo

Parece que ya casi nadie lo recuerda, pero la crisis financiera de 2008 supuso un golpe muy duro para España, que sólo un año antes había superado a Italia en renta per cápita. Vivíamos pendientes de la prima de riesgo, el equivalente al índice riesgo país. El nuevo contexto económico hizo a la sociedad menos tolerante a la corrupción. Pero el desfile constante de casos por los medios no proporcionó la sensación de alivio que da limpiar la casa, sino una sensación de bochorno. Hasta la Casa Real se vio salpicada. Eran los tiempos de Españistán.

La crisis del viejo orden político español, dio paso al fin del bipartidismo. En Cataluña también. Convergència i Unió, el partido nacionalista que había capitalizado en Madrid el apoyo a gobiernos de izquierda y derecha con toda clase de ventajas para Cataluña, se disolvió. Incluso el brazo de la justicia alcanzó a su líder histórico, Jordi Pujol. En aquel contexto de crisis profunda de España y asediada por la justicia, un sector relevante de la clase política catalana emprendió una huida hacia adelante apostando por el independentismo.

El nacionalismo catalán había surgido a finales del siglo XIX en otro momento de crisis de España: la pérdida del imperio tras la guerra de 1898. El independentismo había sido en tiempos de democracia una fuerza minoritaria con un apoyo social a la independencia de Cataluña del 20% del electorado aproximadamente. La crisis de 2008 supuso un salto a más del 40%. Pero ese porcentaje que nunca llegó al 50% se convirtió en una mayoría parlamentaria gracias a la sobrerrepresentación de la que disfrutaban las áreas rurales en Cataluña. Se formó entonces una alianza entre la burguesía urbana de las «400 familias» que controlan Cataluña, la izquierda antisistema (es decir, sus hijos) y la Cataluña rural (fundamentalmente de las provincias de Lérida, Gerona y las comarcas de Barcelona que representan a la Cataluña profunda).

En 2017, menos de una década después de la crisis financiera, las fuerzas independentistas lanzaron un desafío al Estado español. Contaban con que su causa recibiría simpatía desde Europa, donde entenderían que era el conflicto de una de las regiones más ricas, prósperas y dinámicas de España contra la España eterna en blanco y negro de Franco, los toreros y la Guardia Civil del tricornio. Pensaron que en Europa acogerían con los brazos abiertos a la «Dinamarca del Sur» para soltar el peso muerto de la España atrasada receptora de fondos europeos. El cálculo no tenía en cuenta los cambios geopolíticos en Europa desde la invasión rusa de Ucrania. Véase «Lecciones de geopolítica para la fallida República de Cataluña» (2 noviembre 2017). En Bruselas la fractura de un país miembro para dar paso a una Europa de paisitos que convertirían la Unión Europea en una jaula de grillos se percibía como una pesadilla, por mucho que se repita el lema de «la Europa de las regiones». Véase «La fragmentación de España y el sueño de la Großdeutschland» (5 septiembre 2017). Sin olvidar, que parte del problema era la total desconexión de la realidad de los independentistas, que como todo grupo ultrapolarizado vivía atrapado en su burbuja informativa convencido de que su causa era seguida con interés por todo el planeta («El món ens mira«). Véase «Geopolítica del Procés» (28 diciembre 2018). Con menos de la mitad de la población a favor, su intento de romper con España fracasó. Y el presidente del gobierno regional de Cataluña, Carles Puigdemont, junto con unos pocos líderes independentistas, huyó de España.

El desencanto con Europa llevó al independentismo catalán a pasar del europeísmo a tontear con cualquier gobierno que usara su causa contra España: de la Rusia de Putin a Marruecos. Véase «Puigdemont y un independentismo catalán internacionalmente menguante» (5 junio 2021). Hoy, el New York Times publicó un reportaje sobre los contactos de personajes del independentismo catalán con la Rusia de Putin: «Married Kremlin Spies, a Shadowy Mission to Moscow and Unrest in Catalonia«. El Organized Crime and Corruption Reporting Project ha publicado también información al respecto: «Catalan Separatists Tailored Public Messaging to Avoid Antagonizing Russia: ‘You Have to Avoid Navalny For Sure’».

Podemos sospechar que jamás el Kremlin tuvo verdadero interés por impulsar la causa independentista y sólo vio la forma de generar molestias a un país de la OTAN empleando el mínimo de recursos. Pero tras las informaciones aparecidas hoy es inevitable pensar en cierta campaña de medios rusos allá por 2019 para promocionar el libro Soros rompiendo España. Cuando leí el libro, del que publiqué una reseña en dos partes (primera parte y segunda parte), me llamó la atención los lamentos de los autores por las informaciones que conectaban el independentismo catalán con Rusia. El libro era tan malo y la tesis principal tan endeble y obtusa que sólo podía entenderse como un libro por encargo para levantar una cortina de humo. Ahora se entiende todo.

2 comentarios sobre “Puigdemont, el Kremlin y una cortina de humo

  1. Por lo que se lee en el artículo del NYT hubo contactos entre algunos dirigentes independentistas y grupos del crimen organizado ruso. Esto ya son palabras mayores…

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