Concluye aquí esta nueva colaboración de Fernando Geyrón ocupándose de China, un país que yo considero forma parte de una dinámica aparte a la Nueva Guerra Fría pero que fuee central en el discurso de política exterior y comercial durante la campaña del actual presidente estadounidense Donald J. Trump.
Véase las anteriores partes de «La compleja viabilidad económica de la agenda Trump» aquí: Primera Parte y Segunda Parte.
CHINA: EL OBJETIVO FINAL
De 1995 a 2015, la producción industrial de China ha pasado de 0,219 B$ a 4,458 B$ mientras que la de Estados Unidos se movió desde 1,918 B$ a 3,428 B$. Esta casi duplicación del valor añadido indica en parte que la propia economía americana se ha beneficiado del desarrollo fabril de China, surtiendo de componentes más baratos a las grandes marcas industriales y tecnológicas americanas. Pero esa variación de la ratio entre ambas de 0.11 a 1.30, y el mayor incremento en términos absolutos, refleja que ha sido China la más beneficiada de esa relación recíproca y que la superación final implica el principio de una nueva era de primacía.
Como en tantas otras magnitudes económicas, esa relación adopta la forma gráfica de una curva de rendimiento marginal decreciente. Unos inicios muy beneficiosos, de crecimientos exponenciales, un período intermedio de moderación y ajuste hacia el equilibrio, y un último tramo en el que resulta costoso y difícil incrementar el beneficio mutuo. En el caso de China, sus empresas más desarrolladas, empiezan a competir de tú a tú con sus antiguas proveedoras de carga de trabajo procesual, por lo que tarde o temprano adoptan su propia hoja de ruta que les permita incrementar el valor añadido del producto final para compensar el encarecimiento de la mano de obra autóctona. En el caso de Estados Unidos, este encarecimiento, unido a la mayor especialización, entra en conflicto con fases más avanzadas de la producción, de modo que la fuga de carga de trabajo va alcanzando las tareas de mayor valor añadido, aquellas que aún justificaban el mantenimiento de mano de obra del país. Sólo una igualación de ambos costes (aún muy lejana) frenaría esa sangría, aunque ello daría paso a una competencia en los niveles más altos de la producción: Diseño, marketing, valor de marca, etc.
Es cierto que toda lucha contra la deslocalización de la producción en China supone un daño autoinfringido, por ello no basta con poner multas a productores y aranceles a productos. Es preciso hacer algo más que compense en parte esas pérdidas o, mejor dicho, ese coste de oportunidad por no seguir la estrategia más eficiente, máxime cuando gracias a ese déficit de balanza China se ha convertido en un poseedor de deuda americana al por mayor. Si Trump quiere recortar trozos sustanciales de esa factura deberá intentar inducir a China para que no le quede más remedio que perder algunas ventajas competitivas.
La primera de ellas sería generar pequeñas pérdidas en el mercado americano por el encarecimiento de sus productos a consecuencia de los aranceles; como ya dijimos antes eso genera un coste asociado, pero del mismo modo que el sobrebombeo saudí, puede generar una erosión apreciable en su contrincante. El efecto combinado de un aumento de stocks industriales y un incremento del precio del petróleo podría privar a China de desviar su producción a otros mercados sin sufrir ciertas pérdidas o al menos estrechamiento de márgenes, lo que conduciría indirectamente a menores ingresos fiscales y déficit. Si a esto le unimos el aumento de la renta per cápita y la más que previsible explosión de la burbuja inmobiliaria, Estados Unidos podría estar en primera fila en el momento en que se produzcan las fases más duras del reajuste del modelo productivo chino, que conllevaría entre otros efectos transitorios la devaluación del reminbi frente al dólar y el aumento de la inflación. Siempre estará en manos de China evitar la escalada revaluando su moneda, durante tantos años devaluada a propósito para eliminar la competencia en la industria ligera y de componentes. Ello haría más rentable para EE.UU el retorno de cadenas de fabricación e incrementaría el mercado chino para productos más caros.
Conducir a tu rival al lado del ring en el que se siente menos cómodo ayuda a la victoria, pero esta no se logrará sin dar algunos golpes. Y los golpes que Trump puede dar para completar esta estrategia a largo plazo con China implica intensificar la política de contención sobre el gigante asiático. El régimen chino está a más de una generación de poder rivalizar militarmente en amplio espectro con las fuerzas armadas USA, pero se acerca peligrosamente al umbral a partir del cual podría ponerle restricciones de acceso y negación de área (A2/AD), es decir, generar en una zona anexa a sus fronteras un espacio en el que las fuerzas norteamericanas no pudiesen lograr la supremacía. China está siendo muy beligerante en la disputa por los recursos del Mar de la China Meridional y tiene otros conflictos marítimos con sus países vecinos en la pugna por explotar los recursos de la zona económica exclusiva. Por ello está invirtiendo esfuerzos en lograr esta A2/AD como el desarrollo de nuevos misiles de corto y medio alcance cada vez más precisos, bombarderos portadores de misiles de crucero y antibuque, pavimentación de islotes para que alberguen pistas de aterrizaje para reactores, etc. Se trata de obstaculizarle a Estados Unidos el despliegue necesario para una posible campaña militar (como sí pudo hacer cuando la guerra de liberación de Kuwait), amenazar las posibles bases de uso conjunto con sus aliados y saturar las defensas antiaéreas de su flota.

La llamada telefónica a la presidenta de Taiwan fue un gesto inequívoco, que se une a los compromisos con Corea del Sur y el aliento a Japón para que adopte una postura más ofensiva de lo que tradicionalmente permitía su constitución. Son pasos en el sentido de hacer visible esa mayor presencia que garantice la libre circulación por las aguas próximas a China y el reforzamiento, de modo bilateral, de los lazos de EE.UU. con esos aliados. Nuevamente esta estrategia de disensión genera algunos réditos crematísticos adicionales como son la ampliación nuevamente de la cartera de clientes para su industria militar y la reorientación de esos mercados de alto poder adquisitivo, los únicos accesibles para la cara industria americana. Y en lo geopolítico, en la medida que la línea de fricción entre ambas superpotencias esté entre China y los aliados americanos en vez de en el Pacífico, los Estados Unidos podrá ejercer su hegemonía desde la distancia.
ARMAS, PETRÓLEO Y DÓLARES.
No se puso fin a la historia, como anticipó Francis Fukuyama hace veinticinco años. La multipolaridad, el islamismo, la emergencia de regímenes neosocialistas, las crisis económicas, se han encargado de echar por tierra el deseo de una sociedad global donde el capitalismo y la democracia acabarían siendo la norma y no la excepción. Los que nos hemos terminado de hacer adultos en las pasadas dos décadas nos hemos acostumbrado quizás demasiado a la paz, la estabilidad, la globalización, el progreso imparable de la tecnología, y hemos quitado importancia al movimiento de esos engranajes de la historia que en el corto plazo sólo parecen política internacional.
Estamos inmersos en un cambio de ciclo global, en una crisis sistémica del nuevo orden erigido tras el final de la Guerra Fría y, desde ese punto de vista, Trump no es más que un fenómeno emanado de esa nueva dinámica, como lo son el BREXIT o el expansionismo ruso. La suma de medidas que Trump ha anunciado o desea hacer le llevaría a un estrepitoso fracaso en todo punto si estuviésemos en los años precedentes, pero en el momento actual el fracaso relativo puede ser todo un éxito.
Un clima global más arisco puede conducir a un incremento generalizado de los costes de transacción comercial, lo que permitiría en parte un reposicionamiento favorable de las grandes corporaciones norteamericanas, que tendrán que compensar con esto las presiones que sufrirán para generar empleo dentro de sus fronteras. Al mismo tiempo un rearme generalizado beneficiará de manera directa al principal país productor de armas del mundo, los propios EE.UU. o más propiamente sus grandes empresas armamentísticas como Boeing, Lockheed, General Dynamics. Esos inputs a su vez permitirán que estas empresas puedan gozar de ventaja para dar el salto a la siguiente generación de armas, lo cual no solo consagraría la hegemonía americana por un par de décadas más, sino que proporcionaría un reflujo positivo sobre el resto de los sectores de mayor valor añadido y productividad, y con ello se propulsaría un nuevo ciclo expansivo del consumo.
Petroleo y armas son bienes que en el mercado internacional cambian de manos dólares mediante, como también lo hará aquella parte del comercio con China que vaya a parar a otros países de la zona, y dependiendo de la evolución de la política europea, también podría producirse un pivotaje desde el euro al dólar si alguna economía logra dar el paso hacia fuera. Una mayor dolarización de la economía mundial conduciría, a igualdad de condiciones, a un efecto renta positivo en la economía americana y a una pérdida de competitividad de sus exportaciones. Para evitar este segundo efecto no deseado será vital para Estados Unidos que la masa monetaria del billete verde se vea incrementada en al menos la misma proporción que los intercambios.
Y he aquí la herramienta que permitirá a Trump, no implementar con total éxito su batería de medidas contradictorias, pero si con éxito relativo. Las medidas expansivas combinadas con los recortes fiscales sin que se dispare el déficit sólo tiene una vía a corto plazo: Aumentar la masa monetaria. O lo que es lo mismo, imprimir dólares para sufragar la parte del gasto estatal no cubierto con los ingresos fiscales. Como es bien sabido, esta medida sólo es efectiva en el corto plazo, pues a la larga ese aumento de liquidez se acaba trasladando al resto de la demanda agregada generando un incremento de la inflación al menos similar, corriéndose el riesgo de entrar en una espiral inflacionista. Pero Estados Unidos en este sentido no es un país como los demás; al ser su moneda la principal divisa de intercambio comercial, la mayor parte de esos efectos nocivos acaban siendo compartidos por el resto de países, de modo que en cierto sentido el déficit es exportado. Cuánto más no se podrá utilizar este recurso si además se consigue que la proporción de los intercambios viren hacia transacciones dolarizadas…
¿Posee por tanto Trump un plan maestro para que América recupere el mismo grado de hegemonía de la época dorada del siglo XX? No, no lo tiene. Pero tiene una estrategia que en el contexto actual podría funcionar en un grado relativo y la percepción que se tenga de este éxito relativo le consagrará o no como presidente para la historia. China podrá plegarse para evitar una confrontación o podrá echarse al monte e iniciar una guerra comercial que podría ser sangrante para la economía mundial, EE.UU. incluido. Europa podría resistir mejor de lo que se espera o desplomarse y arrastrar en su caída, Rusia podría dar más quebraderos que ventajas, y la multiplicación de la agenda en el exterior podría llegar a ser insostenible. Pero incluso en un juego donde la suma total es negativa, siempre cabe la posibilidad de que algún jugador gane.
Hay cien maneras distintas de que los planes de Trump se trunquen y supongan el canto de cisne de Estados Unidos como hegemón mundial. Pero son infrecuentes en la historia los ascensos a primera potencia de un país sin que medie una confrontación previa que fortalezca al aspirante y debilite a su contrincante. Gane o pierda, Trump hará que China afronte el pago de esa factura que lleva décadas eludiendo.
Un estallido de la burbuja inmobiliaria china, ¿tendría efectos tan «contagiosos» para el resto del mundo como los que ha tenido la crisis creada por las hipotecas subprime, la quiebra de Lehman Bros, etc?
En realidad para el resto del mundo no hubo tal contagio, sólo para las economías de Occidente. En lo peor de la recesión el PIB planetario crecía al 3-4% gracias al empuje de China, India y otras economías en desarrollo. Hubo un contagio secundario, no financiero sino productivo, asociado a la pérdida de poder de compra de Occidente sobre productos como las materias primas y energéticas lo que llevó a otros como Rusia, Irán, Venezuela a caer en la espiral, pero no lo habrían hecho de tener economías más diversificadas (Iran es caso aparte pues la tiene diversificada pero está sujeta a embargos).
Un colapso inmobiliario en China es difícil de calibrar por cuanto no se ha dado nunca un caso así, con ese tamaño poblacional y con esos niveles de consumos de materias primas para bienes de equipo e inversión. A nivel financiero se notarán efectos concretos en empresas occidentales donde haya entrado ese capital chino (relativamente modesto hoy por hoy), pero nada comparable dado que desde el punto de vista financiero no hay una relación orgánica entre las finanzas occidentales y las chinas. Obviamente en su entorno más inmediato sí se dejará sentir y quizás veamos alguna quiebra a la islandesa, pero quien más lo notará será Africa, para lo bueno y para lo malo. Lo segundo porque si China pierde músculo financiero se quedarán sin el gran inversor creciente en el continente, pero lo primero porque una de las soluciones será deslocalizar y ello llevará por fin a Africa a insertarse en los círculos manufactureros mundiales. Hablo de muy largo plazo, obviamente.
Nosotros notaremos a nivel productivo la pérdida de mercados, aunque no son cruciales para nosotros. Donde quizás arrecie más sea en la guerra de costes: Si baja el poder adquisitivo en China y además intensifican deslocalización, tanto los productos sencillos como complejos de marca china se volverán muy competitivos y será difícil implementar con éxito políticas proteccionistas como las que pretende Trump.
En otro artículo leí que China en realidad lo que está haciendo es intentar que su moneda no se devalue demasiado porque eso llevaría a un estallido social y que lo está haciendo a base de vender y vender dólares.
¿En que quedamos?
Justo esa política de revalorizar el renminbi está acelerando la burbuja inmobiliaria y el endeudamiento privado externo. Con una moneda más baja exportas más, pero con una más alta importas más, y no sólo bienes y servicios, sino también productos financieros.
El mercado inmobiliario chino ha entrado ya en una espiral con tasas de crecimiento por encima del indice de precios, por encima de la tasa de crecimiento del PIB y por encima de su productividad, y ello está llevando a la contratación de hipotecas que en una determinada proporción no se devolverá. Esto provocará la quiebra de algunas entidades bancarias o, en su defecto la intervención estatal, por lo que a la larga ese efecto renta acabará trasladándose, vía inflación y déficit, a la cotización de su moneda.