«The 33-Day War» de Gilbert Achcar con Michel Warschawski

Uno llega a entender lo mal que andan las cosas por Oriente Medio cuando los dos bandos no se ponen de acuerdo ni en nombrar las cosas más simples. Si los periodistas del diario Haaretz Amos Harel y Avi Issacharoff titularon su libro sobre la Guerra del Líbano de 2006 “34 days: Israel, Hezbollah, and the War in Lebanon”, el libanés Gilbert Achcar tituló el suyo «The 33-Day War. Israel’s War on Hezbollah in Lebanon and ist Aftermath».

Quería tener una visión desde el otro lado de aquella guerra para contrastar versiones. Pero si el libro de Amos Harel y Avi Issacharoff es una obra de periodismo me he llevado un chasco al encontrarme que el de Gilbert Achcar con un capítulo de Michel Warschawski está más cerca del ensayo que otra cosa. Y un ensayo, hay que decir, bastante panfletario.

El libro empieza contándonos el origen y ascenso de Hezbolá como fuerza política mayoritaria dentro de la comunidad shií del Líbano, un país caracterizado por enormes redes clientelares y patronazgo político donde las alianzas cambian de forma sorprendente. Recomiendo sobre ello el libro de A. R. Norton y huir como de la peste del libro de Javier Martín. A los antencedentes y el contexto se dedica bastante espacio (páginas 7 a la 51) de un libro breve donde el texto ocupa 114 páginas. Y en esas llegamos a los acontecimientos del 12 de agosto de 2006.

Si uno repasa la enorme literatura producida en think-tanks, centros de estudios estratégicos e instituciones militares uno lee que Israel entró en aquella guerra sin que sus fuerzas armadas estuvieran preparadas. La tesis de Achcar y Warschawski es que se trató de una guerra de agresión contra el Líbano largamente preparada. Quizás haya que recordar la sucesión de los hechos para caer en la cuenta que todo comenzó con una emboscada de Hezbolá a dos vehículos militares dentro de suelo israelí, acompañada por ataques de cohetes y morteros contra instalaciones militares y poblaciones civiles. Que el hecho inicial fuera una agresión de Hezbolá a la otra parte es irrelevante porque todos sabemos (según Gilbert Anchcar y también el español Francisco Veiga), que en el fondo, Israel tenía planes de invadir Líbano. Es decir, da igual los hechos porque Israel es de mente y corazón un agresor nato. Y eso es lo único que necesitamos saber. Que Israel sin hacer nada ya es un país pecador de pensamiento.

La agresión incial de Hezbolá me lleva a un punto interesante. ¿Cómo justifica un libanés la existencia de Hezbolá como grupo armado? En España ha existido un largo debate sobre las «balas y los votos». No se puede jugar a participar en la democracia con un grupo armado que mata a tus rivales políticos. Pero en el Líbano es así. Un partido político con diputados en el parlamento y ministros en un gobierno de coalición tiene miembros armados con misiles de todo tipo y cohetes de medio alcance. Lo que en cualquier país suena a locura en Líbano es normal. Y Gilbert Achcar lo justifica diciendo que un grupo como Hezbolá es necesario por las continuas agresiones de Israel contra la soberanía libanesa. Supongo que se refiere a la respuesta de Israel a los ataques e incursiones lanzadas por Hezbolá y grupos palestinos desde suelo libanés. Pero el razonamiento es brillante: Hezbolá debe seguir existiendo como grupo armado para defender el Líbano de las respuestas israelíes a las agresiones de Hezbolá contra Israel. Hezbolá es la solución a los problemas creados al Líbano… por Hezbolá. Quizás haya que preguntarse por qué Israel eligió Líbano como víctima frecuente y no Jordania, por ejemplo.

Gilbert Achcar además justifica que Hezbolá permanezca armada por dos asuntos: La ocupación israelí de las «Granjas de Shebaa» y los prisioneros libaneses en manos israelies. El primer caso se trata de un territorio que Hezbolá sólo cayó en la cuenta que era libanés tras la retirada israelí del Líbano en 2000. No hay que ser muy listo para darse cuenta que fue una excusa rápida y tonta para justificar su condición continuada de luchador contra la ocupación israelí. Y en el segundo caso tenemos un dilema interesante. El único prisionero que se menciona con nombres y apellidos en el libro es Samir Kuntar (pág. 46), autor de varias muertes en suelo israelí. Una de ellas se trata de la niña de cuatro años Einat Haran, que Kuntar mató dándole culatazos en la cabeza contra unas rocas. Por esas muertes Kuntar cumplía una condena en Israel como terrorista (fue intercambiado por los cadáveres de los soldados muertos en la emboscada de Hezbolá del 12 de agosto de 2006) y Gilbert Achcar considera legítimo que Hezbolá luche por su liberación como prisionero de guerra. Si aquellas muertes de civiles fueron actos legítimos de guerra, ¿entonces por qué quejarse de las acciones de Israel?

Volviendo al mundo real, la existencia de Hezbolá no es normal. Nadie se imagina a un partido político portugués o belga que forme parte de la coalición de gobierno del país dotado de un brazo armado que lance ataques contra suelo español o francés. Así, el 2 de septiembre de 2004 el Consejo de Seguridad de Naciones Unidos aprobó la resolución 1559 que entre otras cosas instaba a la retirada de las fuerzas militares sirias del Líbano (una violación de la soberanía libanesa que nunca pareció molestar a todos los que se quejan de Israel) y al desarme de los grupos armados en el país. En el libro se trata con sarcasmo que su cumplimiento sea demandado por «un país que mantiene un récord histórico de no adherirse a las resoluciones de la ONU» (pág. 55). Dicho lo cual queda la duda si las Resoluciones de Naciones Unidas son importantes y de debido cumplimiento. Si Hezbolá tiene derecho a incumplirlas, entonces su importancia es relativa. Así que, ¿por qué quejarse de Israel? Naciones Unidas no genera de todas formas mucho entusiasmo al autor, que señala con asombro que la Resolución 1701 con la que se puso fin al conflicto «¡trata al Líbano como si fuera el agresor!» (pág. 61). Un pequeño detalle que tiene que ver con que fue Hezbolá quien inició la guerra con un ataque en suelo israelí.

En algo sí estoy de acuerdo al menos con Gilbert Achcar. O al menos la impresión que tuve en 2006 fue que parecía que una campaña tan intensa de bombardeos israelíes tenía como objetivo presionar al gobierno libanes contra Hezbolá (pág. 56). Pero nunca hubo campaña aérea que lograra tal cosa. Poner al que recibe las bombas de un ataque de represalia en contra del agresor inicial que provocó la respuesta. Lo curioso es el tratamiento que le da Gilbert Achcar. El ataque a poblaciones civiles sólo puede considerarse un crimen de guerra. ¿Y entonces los ataques de Hezbolá con cohetes de no mucha precisión contra núcleos de población en Israel? Sobre ello se cita a Hasan Nasrallah, líder de Hezbolá, que se defiende con algo así como «¡Israel empezó primero!». (pág. 66). Es decir, todo lo que tenga que ver con las leyes internacionales, las resoluciones de Naciones Unidas y las leyes de la guerra será siempre relativo en función de quién hablemos.

El israelí Michel Warschawski le da otro enfoque en el texto incluido como cuarto capítulo del libro (pp. 75-105). La guerra del Líbano de 2006 hay que ponerla en el contexto de la Guerra Global contra el Terrrosimo de la Administración Bush como una guerra por delegación («proxy war») en la que Israel hizo el trabajo sucio de EE.UU., tratando de destruir un peón de Irán en el tablero de Oriente Medio. La explicación que da Warschawski al «fracaso» en el Líbano es que el racismo imperialista y colonialista de Israel (juraría que el concepto neo-liberalismo también aparece por alguna parte) llevó a subestimar a Hezbolá. Por ningún lado aparece mención de la falta de atención, fondos, entrenamiento que sufrió el Mando Norte del ejército israelí en el período 2000-2006 que nos contaban Amos Harel y Avi Issacharoff. Da igual los hechos, otras versiones, las investigaciones periodísticas… Se trata de un bonito argumento que queda bien. Y eso resume el libro: Retórica, discurso, eslóganes. Pero poca información y reflexión.

Gilbert Achcar toma la idea de la Guerra del Líbano de 2006 como un episodio más de la Guerra Global de la Administración Bush en el último capítulo y eso ha hecho envejecer mal al libro, que es de 2007. Hoy miramos hacia atrás y entendemos esa guerra en relación con la Operación Plomo Fundido, un episodio más de Oriente Medio.

Una respuesta a “«The 33-Day War» de Gilbert Achcar con Michel Warschawski

  1. No esperes encontrar nada objetivo entre los escritores árabes. Ese concepto les es desconocido

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