“Jihadists of North Africa and the Sahel” de Alexander Thurston.

Alexander Thurston es profesor de universidad y autor prolífico sobre el salafismo-yihadista en África. Su libro Jihadists of North Africa and the Sahel. Local Politics and Rebel Groups (2020, 350 págs.) es una obra monumental y densa que hace un recorrido orgánico por la expansión de las insurgencias salafistas-yihadistas desde Argelia en los años 90 a la triple frontera Mali-Níger-Burkina Faso del presente. Los casos de la implantación y derrota del Estado Islámico en Derna (Libia) junto con el caso de Mauritania aparecen además en capítulos adicionales como contraejemplos de las ideas planteadas en el libro.

La tesis fundamental de libro es una crítica a las explicaciones de “talla única” sobre la expansión del salafismo-yihadista en el Sahel como el mero resultado de la existencia de “estados frágiles, mala gobernanza, guerras civiles y extremismo” (pág. 311). Thurston ofrece una visión alternativa en el que todos los protagonistas operan como actores racionales en un contexto político y social concreto. De ahí la densidad de la obra, al explicarse el auge, caída, expansión y/o evolución de los líderes y grupos que desfilan por ella con un detalle no habitualmente visto al tratarse la región. Así que la primera lección del libro es la necesidad de acercarse a la realidad de cada país y cada región con el suficiente nivel de detalle para entender la complejidad de las circunstancias locales y las motivaciones de los actores implicados.  

Una vez repasada la guerra civil argelina y la evolución de los grupos salafistas-yihadistas implicados, cuyos miembros o bien se acogieron a las amnistías gubernamentales o se radicalizaron y se marcharon al sur, nos encontramos un recorrido en tres capítulos por Mali: la implantación de los salafistas-yihadistas argelinos en el norte y su alianza con grupos locales, la consolidación de la región central como la más conflictiva del país y por último la expansión del salafismo yihadista a la triple frontera Mali-Níger-Burkina Faso. Lo interesante del libro es que se relatan los procesos de transformación social sufridos por el centro y el norte de Mali que permiten plantear hipótesis sobre el éxito del salafismo-yihadismo en aprovechar el descontento de jóvenes sin futuro.

Tenemos por un lado cómo las grandes sequías en el Sahel crearon una generación de desposeídos entre la comunidad tuareg del norte de Mali conocidos como los “ishumar” (desempleados). Esa generación desarrollaría un sentimiento de identidad tuareg y emigraría a lugares como Libia, recibiendo de paso el apoyo del régimen de Gadafi en sus aspiraciones políticas (págs 107-108). La vida de los tuaregs se vería además alterada por la transformación de las rutas tradicionales de contrabando con la llegada de la cocaína (pág. 119-120) y la aparición de organizaciones islamistas financiadas desde el Golfo Pérsico y Pakistán (pág. 112).

Por otro lado, tenemos los cambios en la región central del Mali, el “delta interior” del rio Níger, que se ha convertido en la más violenta del país. Las sucesivas sequías en las últimas décadas y el aumento de la población han creado competencia por los recursos y por tanto conflicto. Además, la urbanización y proletarización de capas de la sociedad han creado una masa social de jóvenes desfavorecidos a los que apela el mensaje de los salafistas-yihadista de poner patas arriba un orden social que consideran injusto (pág. 167), con medidas prácticas como la reducción de las dotes a pagar por los jóvenes o la asignación de nuevos roles sociales a las mujeres.  En esto podemos recordar la descripción que hacía Robert D. Kaplan en su ensayo “La anarquía que viene” de 1994 de cómo en las aglomeraciones urbanas de África Occidental abundaban los jóvenes desarraigados «como moléculas perdidas en un fluido social muy inestable». Podemos imaginar por tanto que mientras la urbanización y proletarización supone la pérdida de las redes de apoyo tribales de las áreas rurales, el salafismo-yihadista aporta un sentimiento de identidad colectiva y redes de solidaridad, cuestionando además las jerarquías tradicionales y aportando posibilidades de movilidad social.

Un aspecto relevante que recorre el relato sobre Mali es el papel del Estado. Tomemos el caso de cómo figuras e instituciones tradicionales como el gestor (“jowro”) de los pastos comunales (“leyde”) en el Mali central fueron transformados en la era colonial en puestos fijos y hereditarios, abriendo paso a la corrupción, el favoritismo y los conflictos (pág. 165). La nueva realidad fue heredada sin cambios por la administración del Mali independiente. En la práctica, el Estado en Mali a través de sus jueces, magistrados, policías y funcionarios corruptos es percibido como un ente depredador, convirtiendo a los salafistas-yihadistas en una alternativa aceptable (pág. 180). Además, a lo largo del libro se menciona repetidamente cómo en Mali y Burkina Faso las tácticas de las fuerzas gubernamentales implican la violencia indiscriminada (págs. 106-107 y 229).

La percepción del Estado como una ente abusivo y depredador es por tanto altamente relevante si recordamos que los esfuerzos occidentales para luchar contra el salafismo-yihadista han supuesto siempre apoyar y reforzar el aparato estatal de los países de la región. Así, Thurston cuestiona la pertinencia de aplicar estrategias de “contrainsurgencias centradas en la población” (population-centric counterinsurgency) diseñadas en despachos de Occidente sin tener en cuenta la realidad del terreno. Cita por ejemplo a Catriona Craven-Matthews y Pierre Englebert, que en 2017 realizaron una crítica despiada a la viabilidad de Mali como Estado en “A Potemkin state in the Sahel? The empirical and the fictional in Malian state reconstruction”.

Las ideas planteadas por el libro dejan en el aire el debate de qué alternativas quedan a las estrategias empleadas hasta ahora en el Sahel. Yo mismo planteaba en noviembre de 2020 la necesidad de cuestionar lo realizado en la región en “La intervención europea en el Sahel: lecciones a desaprender” y señalaba en enero de 2022 cómo algunos autores cuestionan los conceptos de legitimidad política sobre las que se han construido las estrategias occidentales de contrainsurgencia en ¿Olvidó Occidente cómo ganar guerras frente a fuerzas insurgentes?”. Thurston parte precisamente de esa descripción detallada de las circunstancias políticas y el contexto social para plantear la necesidad de abordar las motivaciones de los distintos grupos. Esto abre la puerta a lo impensable: negociar con los salafistas-yihadistas. Su descripción de ellos como actores racionales oportunistas que aprovechan grietas identitarias e injusticias sociales en vez de meros fanáticos religiosos abre una posibilidad. Ahí radica la relevancia de Mauritania como contra ejemplo, un país del que no se cansa Thurston de decir que se ha visto libre de violencia salafista-yihadista por circunstancias particulares pero que guarda algunas lecciones para el Sahel. Allí la reducción de la represión violenta y una cierta tolerancia a figuras salafistas que limitaron sus posturas yihadistas ha permitido una coexistencia pacífica entre el Estado y el islamismo radical dentro de ciertos límites.

Este libro es una lectura densa y exigente pero obligada para aquellos que quieran entender la expansión del salafismo-yihadista en el Sahel con profundidad y detalle. Su lectura abre la puerta a lanzar hipótesis a estudiar sobre el papel de los cambios medioambientales como potenciador de los conflictos sociales en el Sahel y cómo el salafismo-yihadista se expandió por África Occidental sobre una ola de urbanización y proletarización que creó una generación de jóvenes sin futuro. Pero sobre todo ayuda a cuestionar la idea de que seguir invirtiendo tiempo y dinero de la misma manera que en la última década en la región vaya a generar resultados diferentes si no entendemos los procesos sociales de fondo y los agravios políticos que mueven a la población local.

3 comentarios sobre ““Jihadists of North Africa and the Sahel” de Alexander Thurston.

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  1. Meterse en cualquier sitio sin tener una buena información es receta para el desastre.
    Lo de llegar a acuerdos con los grupos salafistas no me parece buena idea, los líderes locales serán lo que se dice en el artículo, pero se deben a unos compromisos transnacionales que no podemos aceptar.

  2. Es curioso: hace unos días le daba una explicación a un amigo que no entendía por qué las hermandades de costaleros han prosperado de manera espectacular en Andalucía en estos tiempos de descreimiento y aunque no dije «actores racionales oportunistas que aprovechan grietas identitarias e injusticias sociales», que no tengo ese dominio del lenguaje que tú exhibes aquí, sí que les explicaba que la mayoría de los que pagaban sus cuotas no eran fervorosos creyentes sino que no encontraban nada a lo que pertenecer (los equipos de fútbol son empresas, los partidos políticos empresas de colocación, etc) y que resolvían así su problema de ocupar el tiempo de ocio y encontraban una grey a la que sumarse.
    Mutatis mutandi…

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