
Después de dedicar dos libros a las fuerzas especiales británicas, Damien Lewis fue contactado por pilotos británicos de helicópteros Apache porque querían una exposición mediática semejante. El libro resultante se titula Apache Dawn, un juego de palabras con el título de la película «Amanecer Zulú». Trata del despliegue de helicópteros de ataque Westland WAH-64 Apache del ejército británico en Afganistán. Leyendo el libro me llamó la atención una cosa. Los pilotos contaban ufanos su perseverancia localizando y persiguiendo a los talibán desde el aire, como el episodio en que siguieron a una pareja de talibán en moto hasta asegurar que iban armados para a continuación disparar un misil Hellfire. A mí me asaltaba la pregunta de cómo una guerra así podía ser sostenible en el tiempo. ¿Alguien en aquella unidad llevaba cuenta del coste de combustible y munición gastadas frente al valor de los objetivos destruidos? El despliegue militar español en Afganistán costó 3.700 millones de euros y la vida de 99 de militares y dos traductores. Mejor no hagamos balance.
Afganistán vuelve a estar otra vez encima de la mesa, con escándalo incluido. El gobierno de Donald J. Trump ha tenido la ocurrencia de consultar a dos empresarios, uno de ellos el fundador de Blackwater, así que he leído ya varios artículos de opinión alertando del peligro de la privatización de la guerra de Afganistán además de repasar el historial de los dos personajes escogidos por el gobierno Trump. Véase, por ejemplo, a «Private military contractors aren’t going to do a better job in Afghanistan. Here’s why» de Debora Avant en el Washington Post. Y también tenemos la crítica de David Isenberg en su blog. Conté todo el asunto esta semana en la revista El Medio: Buscando soluciones al viejo problema de Afganistán. Resulta que los talibán ya no son los «desgarramantas» de los años 90. Ahora lucen uniformados en ceremonias y ejercicios que difunden en sus vídeos de propaganda mientras se nutren de montañas de armamento que capturan a las fuerzas de seguridad afganas.
La polémica ha surgido además porque Prince ha expuesto sus ideas sobre la necesidad de centrar la cadena de mando en un «virrey» estadounidense en Afganistán e implicar a empresas privadas al estilo de la Compañía Británica de las Indias Orientales. El que quiera, puede escuchar al propio Prince en una conferencia que me dio a conocer un lector. Entre otras muchas cosas, es curioso que menciona la teoría de las cuatro generaciones de guerras, aunque no desde la ortodoxia de William S. Lind. Las ideas de Erik Prince sobre Afganistán sin duda producen escándalo. Pero desde que saltó la polémica no he parado de pensar qué alternativas hay. Porque no he visto todavía a nadie proponer una solución que suene viable.
Y todo se resume en: cipayos
No podemos estar enviando un montón de soldados occidentales que cuestán un pastón cuando lo que habría que hacer es mandar oficiales y suboficiales a mandar unidades de tropas nativas, pero no a asesorar, a mandar con todas las consecuencias. Buen trato, paga decente, buen entrenamiento y armas adecuadas, y la exigencia de disciplina. Así se podría ganar la guerra. Pero eso es políticamente incorrecto decirlo a parte de que las autoridades locales no estarán por la labor. Eso para ganar la guerra.
Para ganar la paz una administración colonial con funcionarios incorruptibles* pero que al mismo tiempo conozcan la idiosincrasia local, pero para «mandar» no para asesorar. Y encima estos no enviados para 6 meses sino para varios años.
*Incorruptibles en el sentido de no dejarse corromper y tampoco consentir las corruptelas locales.
16 años de guerra y rotaciones incesantes de personal que hacen que todo lo aprendido y todos los lazos personales establecidos se pierdan. Los afganos ven a los occidentales ir y venir. Los talibán estarán ahí siempre.
Pero es que ¿quién quiere tirarse años en un lugar como ese? Que es lo que sería necesario para crear verdaderos lazos personales. A parte del permanente discurso de «en x años nos vamos»……….. En los tiempos del gran juego los batallones británicos tampoco estaban permanentemente destinados en la India, sino que iban rotando, los que siempre estaban eran los batallones de cipayos.
Existe una errata al comienzo del artículo al recoger el título del libro como «Apache Down» en lugar de «Apache Dawn», lo que realmente tiene más reminiscencias a «Blackhawk Down» que a Amanecer Zulú, y no creo que fuera la intención del autor, ni mucho menos la de los pilotos británicos…
Gracias, corregí la pifia.