El candidato Donald J. Trump anunció que formaría su gobierno con la «mejor gente». El desfile de nombres procedentes del mundo empresarial sospecho que dará bastante titulares en el futuro en temas como la educación o el medioambiente. Pero en medio de ese panorama, sobresalió el nombramiento del teniente general James Mattis (USMC, ret.) como Secretario de Defensa. Hablé de él en «Demos gracias por el secretario de defensa Mattis«. En este tiempo ha confirmado ser un tipo sensato y alguien ya dijo que hubiera encajado perfectamente en un gobierno demócrata. En el reverso de la confirmación de las buenas sensaciones generadas por Mattis, un tipo culto y un líder inspirador, ha estado la corta trayectoria del también teniente general Michael Flynn (U.S. Army, ret.) como Consejero de Seguridad Nacional, un puesto ocupado en el pasado por personajes como Henry Kissinger, Zbigniew Brzezinski, Colin Powell y Condoleezza Rice.
En sus tiempos de militar, Flynn se hizo célebre por saltarse el conducto reglamentario y aparecer como coautor de un documento sobre los fallos de inteligencia en Afganistán en 2010 y que fue publicado por el Center for a New American Security, el laboratorio de ideas en materia de defensa cercano al gobierno de Obama. La osadía no sólo no le costó su carrera, sino que probablemente sirvió para catapultarla hasta el puesto de director de la Agencia de Inteligencia de Defensa, institución poco valorada y que abandonó por la puerta de atrás.

Yo mismo me interesé por aquel documento firmado por Flynn y celebré su valentía, además de valorar las ideas allí expuestas. De ahí mi chasco al verle durante la campaña electoral convertido en un fan de Trump y dando la impresión de ser un tipo algo chalado. Resultó algo peor. Flynn tenía conexiones con Rusia y eso al final le ha costado el cargo. No duró ni un mes.

Así llegamos al recambio de Flynn, el teniente general en activo Herbert Raymond McMaster, más conocido por H. R. McMaster. Al igual que Mattis y Flynn se trata de un viejo conocido para cualquiera que haya estado atento a los asuntos de defensa estadounidense. McMaster se hizo célebre durante la Guerra del Golfo de 1991. En aquel entonces mandaba como capitán la Tropa «E» del 2º Escuadrón del 2º Regimiento de Caballería Acorazada. Esto es, mandaba la primera compañía del segundo batallón de lo que en realidad era una brigada acorazada reforzada.
Al comenzar las operaciones terrestres de la Operación «Tormenta del Desierto» al 2º de Caballería le tocó cumplir la misión de elemento de reconocimiento avanzado del VIIº Cuerpo Acorazado, el encargado de avanzar hacia el norte desde Arabia Saudita y pasando de largo de Kuwait para luego girar noventa grados y avanzar en dirección este para chocar con la reserva estratégica del ejército iraquí, formado por las unidades de la Guardia Republicana desplegadas al norte de Kuwait. La Tropa «E» del entonces capitán McMaster y otras dos del 2º Escuadrón, con el refuerzo de elementos de una cuarta, constituyeron la punta de lanza del VIIª Cuerpo, formado por cinco divisiones acorazadas.
Su misión era avanzar rumbo hacia lo desconocido y localizar al enemigo para transmitir la información a la fuerza que venía detrás suyo. Pero McMaster y el resto chocaron el 26 de febrero de 1991 con dos brigadas de la División Tawalkana de la Guardia Republicana iraquí al cruzar la línea de referencia geográfica «73 Easting», que dio nombre a la batalla. Los M-1 Abrams y M-3 Bradley no pararon de localizar y destruir blindados iraquíes a pesar de la sorpresa y estar totalmente superados en número. Las direcciones de tiro computerizadas y los sistemas de visión termográfico dieron una ventaja colosal frente a los T-55, T-62 y T-72 soviéticos en manos iraquíes. La Tropa «E» de McMaster destruyó decenas de blindados iraquíes y McMaster recibió la Estrella de Plata, la tercera má alta condecoración estadounidense, por sus acciones en la Batalla de 73 Easting.
Después de la guerra, McMaster obtuvo un doctorado en Historia. Su tesis hizo una revisión crítica del papel de los militares que asesoraron a Lyndon B. Johnson sobre Vietnam y que llevaron a una mayor implicación del país en la guerra. McMaster revisó todos las actas de reuniones e informes de la junta de jefes de Estado Mayor para seguir el proceso deliberativo y concluir que no sólo los políticos ignoraron los consejos de los militares, como establecía el canon historiográfico, sino que los propios militares se esforzaron en contarle a los políticos lo que querían oir y no lucharon por imponer su criterio profesional. La tesis fue publicada en 1997 como libro bajo el título Dereliction of Duty: Lyndon Johnson, Robert McNamara, The Joint Chiefs of Staff, and the Lies that Led to Vietnam.
La siguiente ocasión en que McMaster alcanzó notoriedad fue nuevamente en Iraq. Esta vez como comandante en jefe del 3er. Regimiento de Caballería Acorazado, desplegado en la ciudad de Tal Afar, entre Mosul y la frontera con Siria, a finales de 2005. Dos años después de la invasión del país, la insurgencia se había consolidado en el país. Precisamente a principios de 2005 escribí unas cuantas entradas de blog diciendo que Estados Unidos estaba perdiendo la guerra, para cabreo de los neocón españoles. Hasta aquel momento, las tropas estadounidenses permanecían atrincheradas en grandes bases que abandonaban para patrullar, dejando caminos y barrios en manos de la insurgencia por la noche. La población local que colaboraba con las autoridades iraquíes sufrían represalias. El entonces coronel McMaster cambió la ecuación y desplegó permanentemente a sus soldados en el centro de Tal Afar para garantizar seguridad y ganarse la confianza de la población. La insurgencia fue derrotada en Tal Afar. En una época en que escaseaban buenas noticias desde Iraq, McMaster apareció en documentales y en 2006 en un artículo de The New Yorker.
Después de Iraq, McMaster pasó por el International Institute for Strategic Studies de Londres. Luego, formó parte del equipo que preparó el famoso manual de contrainsurgencia bajo el liderazgo del general Petraeus (véase mi reseña del libro The Insurgents de Fred Kaplan). Había ganado ya fama de pensador brillante y muchos de sus destinos habían implicado estar en el meollo de elaborar planes y estrategias. Así que cuando su nombre no estuvo entre los elegidos para ser general hubo cierto revuelo mediático con muchos preguntándose si su trayectoria de militar con ideas propias y capaz de decir lo que pensaba le había pasado factura. Hizo falta llevar a Petraeus desde Iraq a Estados Unidos para presidir el comité que elige los generales para que se valorara a los militares con experiencia de guerra, lo que nos da una idea de cómo se valoraba más los diplomas que la experiencia de guerra. Y cómo, con unas fuerzas armadas empantanadas en Afganistán e Iraq, el éxito o el fracaso en la misón encomendada tampoco era un criterio a tener en cuenta.
Ya como general, McMaster pasó por varios destinos en el mando de Adiestramiento y Doctrina (TRADOC), pasando por la sección de planes del Estado Mayor de la fuerza multinacional ISAF en Afganistán. Sus destinos en el TRADOC le han dado un papel protagonista en moldear el futuro del ejército de tierra de Estados Unidos. Sin alcanzar el culto a la personalidad de Mattis en los marines, McMaster es muy bien valorado como intelectual y pensador visionario. Esperemos que haga un buen equipo con el secretario Mattis.
Parece que está habiendo algo de suerte y Trump, a pesar de ser un patán y un palurdo, se está rodeando de algunas personas competentes. A ver si sigue así la cosa.