Vieja Paz Armada y Nueva Paz Armada (I)

Por tercera vez tengo el gusto de presentar en GuerrasPosmodernas.com una firma invitada que amplía las voces y perspectivas a la mía. Empieza a ser ya generalmente asumido que vamos hacia un orden internacional multipolar. Las características y el nombre de ese orden es lo que está en discusión. Así que la firma invitada de hoy, Fernando Geryón, plantea que el orden multipolar que se avecina guarda un paralelismo histórico con el período anterior a la Primera Guerra Mundial (la «primera globalización» de 1873-1914) y plantea las limitaciones del concepto Nueva Guerra Fría.

PARADIGMAS GEOPOLÍTICOS ANTERIORES

Si tuviésemos que comenzar a plantear la descripción del presente paradigma geopolítico habría que empezar por el principio: Los últimos dos siglos han sido los del predominio de la cultura anglo-sajona. En mayor o menor medida, y con todos los avances y retrocesos que se quiera, el liberalismo económico, la globalización, el parlamentarismo y las libertades individuales se han ido extendiendo por la mayor parte del planeta, bien en un pack conjunto (en el caso de los países más avanzados), bien en los aspectos económicos.

Durante el primero de esos siglos, el liderazgo mundial lo portó el Imperio Británico, que heredó la hegemonía oceánica española, y anuló la competencia continental francesa como premio conjunto por ser el gran vencedor de las guerras napoleónicas. A lomos del capitalismo industrial un país pequeño y poco poblado acabó por generar un crecimiento exponencial demográfico y económico con el que pudo alimentar la extensión de sus redes de dominio e intercambio como hasta entonces no se había visto. Esa irradiación del poder y la cultura británica generó un doble movimiento de atracción-repulsión a esa hegemonía creciente. El primero de ellos propició la primera globalización, a la que la Gran Guerra puso término. El segundo de ellos alimentó el antecedente decimonónico de la Guerra Fría.

El Gran Juego de Asia: El emir afgano Sher Ali Khan entre el oso ruso y el león británico.

Los británicos lo denominaron “el Gran Juego” y los rusos “el torneo de las sombras”. Un Imperio Ruso que se iba modernizando y entrando en la órbita de los poderes europeos dejaba sentir su enorme peso demográfico desde el Danubio a Canadá y desde las frías aguas árticas hasta el corazón de Asia. Justo en esta zona, la única en la que podían entrar directamente en fricción con los intereses británicos, se desarrolló durante las décadas centrales del XIX una sucesión de guerras interpuestas, invasiones y conquistas que terminó por delimitar de manera clara las áreas de influencia de ambos contrincantes. Los rusos acabarían por ser la potencia hegemónica en Asia Central pero fracasaron en su misión de bañarse en las cálidas aguas del Índico: Persia y la India se mantuvieron en la órbita británica y Afganistán acabó siendo el aislante entre ambas ambiciones.

El fin del Gran Juego vino determinado por la emergencia de Prusia en Europa, y de Japón en Asia, pero esto ya correspondería al siguiente paradigma geopolítico: La Paz Armada.

En dos décadas se produjeron varios hechos que propiciaron el cambio de paradigma:

1865: Victoria unionista en la Guerra Civil Americana. Los Estados Unidos terminan de dilapidar su herencia colonial y se plantan en la arena mundial como la economía más pujante del planeta con crecimientos sostenidos de dos dígitos. Los grandes avances del capitalismo se están gestando en sus principales centros urbanos.

1868: Fin del shogunato Tokugawa en Japón e inicio de la era Meiji. En pocas décadas Japón pasó de ser una nación aislada y anquilosada a ser una potencia industrial de primer orden. Su victoria naval sobre Rusia en 1905 pone fin a las ambiciones del Zar en Asia y le catapulta al puesto de aspirante a primera potencia regional.

1871: Restauración del Imperio Alemán tras la victoria en la guerra franco-prusiana. La aristocracia terrateniente y militarista de Prusia ejerce de argamasa en el mosaico germánico, que consuma en pocas décadas la reforma agraria y uno de los mayores despegues industriales de la historia.

1885: Fin de la conferencia de Berlín en la que se procede al reparto de África entre los poderes europeos. Invocada a instancias de Francia y Gran Bretaña, se pretende defender el status adquirido por estas potencias en la exploración del continente. Evitará un nuevo Gran Juego, pero dejará insatisfechas las ambiciones globales de la nueva Alemania.

En términos generales la mayoría de historiadores colocan al II Reich como el elemento definidor de la Paz Armada, bien ubicándola en fechas que le competen directamente (1871-1914), bien por considerarlo el principal poder en oposición al Imperio Británico. Desde esa perspectiva la Primera Guerra Mundial, supone el fin de ambos conceptos y da paso al siguiente paradigma.

Y es que ambas guerras mundiales, más el lapso de entreguerras, supone hasta el presente el período de mayor disturbio de la historia de la humanidad y la cuna de la mayoría de las constantes geopolíticas de nuestra era: Consagró el relevo americano dentro de la primacía anglosajona, aupó a Rusia a superpotencia mundial y al Comunismo como alternativa global al Capitalismo, consumó la decadencia de las potencias europeas occidentales, puso fin al mundo colonial y abrió la puerta para que Japón y extremo oriente concentraran la mayor parte del crecimiento económico planetario.

VIEJA GUERRA FRÍA Y NUEVA GUERRA FRÍA

Indudablemente hay elementos de confluencia entre la atmósfera que se respiraba en la segunda mitad del siglo XX y la presente como para querer denominar como Nueva Guerra Fría al paradigma actual:

Rivalidad política Occidente-Rusia: Desde la guerra de Georgia a la presencia rusa en Siria, pasando por todo el culebrón ucraniano, hemos visto como la tendencia “natural” a extenderse hacia el este de las instituciones occidentales han sido quebradas por la voluntad regeneracionista de un Vladimir Putin que pretende resucitar el Lebensraum soviético aprovechando sus recursos petroleros y gasísticos demandados por las principales economías euroasiáticas. Acaso el primer episodio fuese la ocupación del aeropuerto de Pristina tras la victoria de la OTAN en Kosovo…

Rivalidad armamentística Rusia-EE.UU.: Rusia tiene menos de la mitad de población que Estados Unidos (en el tramo juvenil poco más de un tercio), su economía es nominalmente 8 veces más pequeña, 5 veces si se calcula en paridad de poder adquisitivo, y su gasto militar apenas llega al 10% de su contrincante, pero pese a ello realiza un sobreesfuerzo presupuestario para mantener cierta paridad en determinados sistemas armamentísticos. Ello le permite no sólo poder salvaguardar su agenda regional de las injerencias occidentales, sino que se convierte en el primer proveedor de la “disidencia” antiamericana.

Respaldo ruso a los países que conforman el “Eje del Mal”: El fallido paradigma del Nuevo Orden Mundial contemplaba el aislamiento de aquellos países menos receptivos al dominio norteamericano. Una vez que la Rusia de Putin abandonó la convalecencia se ha convertido en socio deseado por cada uno de estos países que han encontrado en el pragmatismo ruso un aliado político en el Consejo de Seguridad de la ONU y un proveedor militar de primer nivel.

Protagonismo ruso en la articulación de un orden político alternativo al eje nordatlántico: Dentro del bloque de los BRICS, Rusia guarda una posición central entre China e India. Con la primera mantiene una fría cordialidad lubricada por la dependencia mutua en el suministro de hidrocarburos. Con la segunda se ha embarcado en importantes programas armamentísticos y comparte una agenda disjunta y complementaria. Ya no hay una rivalidad acusada entre Capitalismo y Comunismo, pero sí entre las tesis liberales del FMI y las premisas estatalistas de este segundo bloque.

Se podría decir que del mismo modo que la Segunda Guerra Mundial fue una reedicion recontextualizada de la Primera, esta Nueva Guerra Fría sería la continuación de la vieja. Sin embargo, en mi opinión, hay ciertas premisas mayores que me impiden aceptar el paralelismo entre ambas, o al menos, considerarlo menos intenso que el que supondría denominar a este período como Nueva Paz Armada.

Para empezar, la Guerra Fría emana de una guerra terriblemente costosa, algo que no ha sucedido en décadas. Durante sus primeros años fue más templada que fría; una U.R.S.S. que no se había desmovilizado mantenía unos recursos militares suficientes como para imponerse con comodidad a la agotada Europa de posguerra. Episodios como el bloqueo de Berlín o el inicio de la Guerra de Corea ejemplificaban el reto que suponía para Estados Unidos consolidar su hegemonía mundial pese a gozar del 50% del PIB mundial y el monopolio nuclear.

Precisamente la ruptura de este monopolio supuso el enfriamiento de ese enfrentamiento. Aún hasta mediados de los 50 EE.UU. podría haber afrontado una guerra abierta con la URSS dada su superioridad aérea que le permitía anular la capacidad nuclear soviética casi sin daños. Esa inferioridad irremontable en décadas motivó que los soviéticos concentraran sus esfuerzos en la tecnología de misiles. Fruto de ello fue el desarrollo del SS-6, primer misil intercontinental, que acabó con la invulnerabilidad americana, y del SA-2, primer misil antiaéreo soviético capaz de derribar aeronaves a gran altura, lo que en la práctica supuso su blindaje.

Pese a la asimetría económica y tecnológica, el resultado de una hipotética guerra abierta sería de empate (o mejor dicho, doble derrota) lo que motivó que se consumaran los principales ejes del nuevo paradigma. Se establecerían una serie de líneas de fallas que aislasen un bloque de otro y el desarrollo de la guerra sería de manera interpuesta en países no desarrollados.

Ahora bien, mientras que la U.R.S.S. ganó peso demográfico, económico y militar a lo largo de la mayor parte de la Guerra Fría, hasta convertirse en el tercer país más poblado, la segunda economía y las fuerzas armadas más numerosas, la Rusia actual apenas sobrepasa el estatus de potencia mediana y por más que tenga ciertas potencialidades que le permitan resurgir (recursos naturales, capacidad de absorber población colonizadora, calentamiento global…), no pasará de ese estatus en la medida en que otros países en vías de desarrollo la superen. En caso de establecer un paralelismo con la vieja U.R.S.S. este debería corresponderle más bien a China, y es en Asia donde está pista central del circo futuro.

Sí hay una cierta Guerra Fría entre EE.UU. (pero no Europa) y el régimen chino, pero las implicaciones salpican a tantos actores (India, Filipinas, Japón, la propia Rusia) que resulta difícil focalizar ese enfrentamiento y mucho menos prever su intensidad en 20 años. EE.UU ya no es esa joven y pujante economía de la posguerra, y caso de haber un adversario a China en el largo plazo sería la Unión India, que le superará en población en breve, se le acercará bastante económicamente, y se prepara para rivalizar con ella militarmente. Pero también este paralelismo resulta algo frágil dado la compleja geometría interna del gigante indostánico.

[Continuará en la segunda parte]

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4 comentarios sobre “Vieja Paz Armada y Nueva Paz Armada (I)

  1. Buen artículo. La toma de ese aeropuerto fue el punto de salida de la recuperación internacional de Rusia. Estamos en una época parecida a la paz armada de finales del S.XIX pero cuando aún o se habían conformado las alizanzas, Poderes centrales VS Entente

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