Lo que está en juego en Siria

El 31 de agosto de 2013 los aviones de la fuerza aérea francesa estaban listos para el ataque a Siria. Cazabombarderos Rafale cruzarían el Mediterráneo aquella noche, reabasteciéndose en vuelo por el camino, para disparar cada uno dos misiles de crucero SCALP EG contra instalaciones vinculadas con el programa sirio de armas de destrucción masiva, en concreto puestos de mando y lanzaderas de cohetes. El ataque iba a tener lugar a las 03:00 de la mañana, hora local de Damasco.

Con un alcance de 250 kilómetros, los misiles SCALP EG permitirían a los aviones franceses disparar desde una distancia segura, lejos de las defensas antiaéreas sirias. Los acontecimientos se habían precipitado aquella mañana cuando en el Palacio del Elíseo se recibió un mensaje desde la Casa Blanca en el que se informaba que aquella tarde el presidente Obama llamaría al presidente Hollande. El gabinete presidencial francés interpretó que en la llamada Obama iba a anunciar el inicio de las operaciones militares estadounidense contra el régimen de Assad.

Obama había expresado en una conferencia de prensa el 20 de agosto de 2012 que el uso e incluso el traslado de armas químicas en Siria constituía una “línea roja” que cambiaría sus “cálculos” sobre el conflicto, sin llegar a especificar las medidas a tomar. Pero aquellos días la armada de los Estados Unidos había acumulado fuerzas en el Mediterráneo Oriental. Finalmente, después de las seis de la tarde, el presidente Hollande mantuvo una conversación telefónica con el presidente Obama. Este último le comunicó que sometería la decisión de emprender un ataque contra Siria a una votación del Congreso estadounidense.

Quizás en el futuro veamos esa intervención cancelada a última hora como el punto de no retorno en la política estadounidense para Oriente Medio y Norte de África. Obama pagó las consecuencias de que las intervenciones en Afganistán e Irak han predispuesto a la opinión pública estadounidense en contra de aventuras militares unilaterales que impliquen desplegar tropas sin fecha de salida en un país por reconstruir. Ya la intervención en Libia marcó una excepción dentro de la regla. Existió autorización de Naciones Unidas, Washington contó el apoyo de varios países árabes, se cedió el mando militar a la OTAN a las pocas semanas y no hubo tropas sobre el terreno.

El “Giro hacia Asia” anunciado por el presidente Obama en la cumbre del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico de noviembre de 2011 y el autoabastecimiento en hidrocarburos que Estados Unidos podría ir camino de lograr mediante yacimientos no convencionales podrían ser dos razones poderosas para llevar a Estados Unidos a prestar menos atención a Oriente Medio. Un resultado positivo de las negociaciones nucleares con Irán podría definitivamente permitir a Washington dirigir sus energías hacia otras regiones del planeta.

Pero quien crea que un hipotético fin de la ‘Doctrina Carter’, la disposición de Estados Unidos a usar la fuerza para defender sus intereses en la región, supondrá una nueva era de paz, se equivoca.

La decisión de Estados Unidos a no intervenir abierta y directamente en Siria simplemente ha hecho más visibles los intereses geoestratégicos del resto de actores implicados. Lo que está sucediendo es una pugna por la hegemonía en el Oriente Medio surgido de la Primavera Árabe, donde Siria es el tablero de juego en el que las principales fuerzas están chocando. El debate sobre el concepto de ‘Choque de Civilizaciones’ propuesto por Samuel P. Huntington captó tanta atención tras el 11S que hizo perder de vista la enorme fractura interna que recorre el mundo musulmán.

La divisoria entre musulmanes sunníes y chiitas comprende una larga lista de conflictos sociales y escenarios de violencia sectaria que van desde las reivindicaciones de la minoría aleví en Turquía a la lucha contra los talibán del pueblo hazara en Afganistán. Pero sin duda, el conflicto central es el que enfrenta las monarquías sunníes del Consejo de Cooperación del Golfo con la Irán chiita y sus aliados por la hegemonía en Oriente Medio.

Tras la caída de los regímenes en Túnez y Egipto, Qatar y Emiratos Árabes Unidos decidieron estar en primera línea de los acontecimientos para moldearlos. Ambos países participaron de la coalición militar vertebrada por la OTAN para intervenir en Libia y apoyaron a los rebeldes. Aunque el mandato oficial de Naciones Unidas establecía una zona de exclusión aérea sobre Libia, los aviones de transporte de Qatar descargaban sin tapujos material militar en Bengazi ante las cámaras de la cadena Al Yazira. El estallido de la guerra civil en Siria llevó a la repetición de la misma fórmula.

Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Arabia Saudí no han tenido reparos en apoyar a los rebeldes sirios enviando al frente armamento ligero croatamisiles tierra-aire portátiles chinos y misiles anticarro rusos. Mientras, Turquía y varios países occidentales, entre ellos Estados Unidos y Reino Unido, se han limitado a ofrecer ayuda humanitaria y “material no letal”. Los reparos occidentales a que su intervención en Siria lleve a la derrota final del régimen de Assad provienen de las experiencias de Irak y Libia, donde la caída de un régimen dictatorial fue seguida de caos y violencia sectaria que aún perduran. Sin olvidar el temor de que suministrar  a los rebeldes armamento avanzado, como misiles tierra-aire portátiles, supone el riesgo de que que puedan terminar en cualquier otra parte.

La diferencia de compromiso con la oposición siria entre los países occidentales y las monarquías del Golfo Pérsico ha hecho que los grupos islamistas apoyados por las segundas lograran mayores victorias militares, atrajeran más voluntarios y alcanzaran, por tanto, mayor poder. Pero la falta de un criterio común entre los países que apoyan a los rebeldes ha contribuido a la atomización de la resistencia contra el régimen y a las luchas intestinas que no dejan de ser un reflejo de las divisiones entre los países patrocinadores, tal como hemos visto en el reciente conflicto diplomático entre Qatar y el resto de miembros del Consejo de Cooperación del Golfo.

Para colmo, el grupo Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS en sus siglas en inglés) dedicó más energía a combatir al resto de grupos e islamizar la retaguardia rebelde que a combatir al régimen de Assad, levantando serias sospechas cuando las fuerzas gubernamentales dejaron de atacar sus posiciones. Todo estos factores ha dado la vuelta al curso de la guerra civil siria.

A finales del año 2012 los rebeldes avanzaban desde varios ejes sobre Homs, ciudad que constituye un nudo de comunicaciones en el centro del país y conecta Damasco por autopista con la costa y el norte del país. Pero el invierno y la falta de suministros les paralizó. Con el régimen de Assad muy debilitado militarmente, Irán intervino de forma decisiva.

La alianza entre los dos regímenes no se basa en las afinidades religiosas -el alawismo que profesa Assad es una rama del chiismo- sino que se sustenta en intereses geoestratégicos. Irán, Siria y Hezbolá forman el «Eje de la Resistencia» una alianza contraria a los intereses de EEUU e Israel en la región. Siria sirve a Irán como la plataforma logística desde la que apoyar a Hezbolá. Fue el puente aéreo Teherán-Damasco el que permitió a Irán reponer los arsenales de Hezbolá tras la guerra con Israel en julio de 2006. Pero el apoyo de Teherán a la organización libanesa ha tenido su precio. La participación de combatientes de Hezbolá fue decisiva en las ofensivas gubernamentales en el área entre Damasco y Homs por dos veces, tomando Al Qusayr en mayo de 2013 y Yabrud en marzo de 2014.

Hasta la fecha, más de 350 miembros de Hezbolá han muerto combatiendo en Siria. El ejército sirio quedó bastante debilitado en los dos primeros años de guerra por las deserciones, las bajas en combate y la baja moral. Así que desde Teherán llegaron asesores del cuerpo de Guardianes de la Revolución para comandar las operaciones sobre el terreno e instruir a la milicia reservista de la Fuerza de Defensa Nacional, mucho más comprometida con el régimen que el ejército. Los Guardianes de la Revolución también se han encargado de la instrucción de los voluntarios reclutados entre organizaciones chiitas iraquíes que ya cumplieron el papel de peones iraníes durante la ocupación estadounidense de Irak.

Así que, dada la aportación en número de combatientes de organizaciones financiados, armadas e instruidas por Irán, en la práctica las operaciones militares del bando gubernamental las dirigen cuadros de mando de los Guardianes de la Revolución. Y eso no es todo, porque el régimen sirio se sostiene no sólo militarmente gracias a Teherán: en julio de 2013 los gobiernos de Irán y Siri afirmaron un acuerdo por el que la primera proporcionaría petróleo a la segunda por valor de 3.600 millones de dólares.

Los mensajes desde Damasco son optimistas después de consolidar sus avances en la frontera con el Líbano y tomar la ciudad de Homs. Pero a la vez ha sucedido un debilitamiento de sus posiciones en otros lugares, en lo que es ya recurrente en este conflicto. Los avances de un bando y otro se suceden según cada bando pierde fuelle y el contrario recupera el terreno. Ningún bando parece en condiciones de ganar la guerra de forma definitiva, pero quizás haya que plantear la cuestión de otra manera: cuál es el bando que puede correr antes el riesgo de perder. Esto es en la práctica, preguntarse qué bando puede encontrarse antes sin apoyo económico exterior y sin voluntarios extranjeros. Y en ese sentido, el reciente bloqueo chino y ruso en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a que se investiguen los crímenes de guerra cometidos por el régimen de Assad es otro síntoma del fin de Estados Unidos como solitaria «hiperpotencia»

Publicado originalmente en Sesión de Control.

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