En las primeras páginas de The Revenge Of Geography aparece un listado de los libros de Robert D. Kaplan. Debe ser un síntoma que, de los catorce libros que ha escrito, tengo nueve y leí otro en la biblioteca de mi universidad. Me siento incapaz de escribir una reseña de The Revenge Of Geography porque fue como escuchar un disco de grandes éxitos. Todas las canciones ya las conocía. Y no es que comulgue con todas sus ideas. Primero pecó de hisotoricismo y ahora anda enamorado de la Geopolítica Clásica, que ya me encargué de criticar a la luz del enfoque de las Guerras Posmodernas. Pero me gusta el método de trabajo de Kaplan. Se empapa de bibliografía sobre un lugar, luego lo recorre a ras de suelo, callejea y concierta entrevistas con personajes relevantes que dan una perspectiva local interesante y profunda.
Me gusta viajar y aunque la mayor parte de las veces no aportara mucho al relato principal del blog he escrito aquí sobre mis vivencias en mis viajes. Varias veces me he planteado a qué lugares podría ir para contar algo relevante para el blog. Pero ya es mala pata que mi tema principal sea la transformación de la guerra y no la gastronomía. No es que pretenda meterme a reportero de guerra. Precisamente las guerras posmodernas se caracterizan por estados en colapso y anomia social. O lo que es lo mismo, en las guerras posmodernas hay altas posibilidades de que te peguen un tiro sin motivo alguno. Polisarios y zapatistas daban la bienvenida a cooperantes, periodistas y reporteros que diera notoriedad pública a sus causas. Hoy señores de la guerra que se financian explotando recursos naturales y narcotraficantes lo último que quieren es a alguien que hablen de sus negocios. Y allí donde hay alguna una causa, las nuevas tecnologías permiten la desintermediación entre grupos armados y público. Los grupos armados ya no tienen que cortejar a los medios de comunicación para hacer llegar su mensaje al público. Ya tienen para eso Youtube. Por eso vale tan poco la vida de los periodistas occidentales. Ante la cacofonía de voces globales, noticia de impacto es que secuestren a un periodista y cuesta tanto llamar la atención sobre países olvidados. Creo que Carlos Sardiña podría decirnos al respecto de Birmania.
El periodismo de guerra es hoy un deporte de alto riesgo y un nicho laboral en crisis. Pero de eso merece la pena hablar en otro momento. La cuestión es, ¿qué otras historias hay ahí fuera que merezcan ser contadas en un libro al estilo de Robert D. Kaplan? Hablo de asuntos relevantes en el siglo XXI que impliquen sumergirse en una montaña de bibliografía para luego hacer un periplo en autobús o tren, realizando entrevistas por el camino. Supongo que la Primavera Árabe o el auge de China serían dos fenómenos históricos que merezcan ser contados a pie de calle. Pero estoy seguro que ahí fuera alguien sacará un libro pronto. Y estoy pensando en algo que podría hacer yo mismo con mi McKinley Storm 35, un netbook, una grabadora, una cámara de fotos ligera y una libreta si tuviera el tiempo y el dinero. A la idea la llevo dando vueltas en la cabeza hace tiempo. Alguien tiene que contar lo que está pasando en Turquía.
Se trataría de hacer un esbozo histórico de Estambul, la capital otomana, y Ankara, la capital de la república kemalista. De buscar las raíces sufíes en Konya y entender la novedad del mensaje de Fehtullah Gülen. Habría que hablar del auge de los tigres anatolios y la vía hacia una democracia-islámica del AK Parti que provoca tensión con la tradición política laica del país. También es imprescindible contar el creciente papel de Turquía en los países turcófonos junto con su crucial papel de nodo en la geopolítica de los hidrocarburos. Quizás haya que desandar el camino del oleoducto BTC. Y pisar los lugares a los que los turistas no van, internarse en la Anatolia profunda y contar la historia de fondo. Puede que yo mismo no haga nunca ese viaje, pero me encantaría leer el libro.
«Y allí donde hay alguna una causa, las nuevas tecnologías permiten la desintermediación entre grupos armados y público. Los grupos armados ya no tienen que cortejar a los medios de comunicación para hacer llegar su mensaje al público. Ya tienen para eso Youtube»
Tienen YouTube y mucho más como sabemos. Ahora vinculémoslo a la decadencia del reporterismo de guerra y a las organizaciones.
El reporterismo de guerra está en decadencia porque su patrón está en decadencia. Seré breve: sostengo que el periodismo es un oficio anómalo en términos históricos. Sólo se comprende su mística por una circunstania tecnológica: la escasez de imprenta. Superada esta por la tecnología digital y de red, lo cierto es que lo que antes era fuente, ahora es emisor: para lo bueno y lo malo.
Toda la vida la gente ha podido – y hasta sabido – hablar, leer y escribir. La proyección pública de todo eso ha estado «mediada» por filtros que han desaparecido. Luego personas que dedican su vida a «contar lo que pasa» y a «fijar la agenda» son una anomalía: ni pueden contar todo lo que pasa, ni se puede pensar que existe una especie de gremio o clase social con el privilegio de decidir lo que es agenda.
Luego a) el periodismo sólo es política (fijo la agenda) y la política es cosa de po´liticos: que alguien me diga si Ignacio Escolar o Federico hacen otra cosa que no sea política por otros medios. Verás que a nadie le importa el futuro de la información taurina o de espectáculos, tradicional materia periodística. Les importa quién grita por un deshaucio.
B) si todo es emisor y fuente, queda el análisis. Pero el análisis competente es un trabajo costoso de tiempo (de formación, experiencia, constancia en la mirada) y poco alegre de lectura en un tuit: resulta que el periodismo (contrastar los hechos, analizar datos, interpretarlos) los hacen los think tanks o hasta un Stratfor, con sus errores y cagadas.
Y el corolario es claro: si el periodismo es o son primeras páginas (hasta los telediarios hablan de «titulares» porque quisieran ser periódicos) basadas en un negocio publicitario (masificado, ergo optimiza su ingreso por el mínimo común denominador del gusto) ocuparse de Turquía, que es un descubrimiento de analista, no es de interés económico para el periodismo. Por las mismas reglas, el corresponsal de guerra (que siempre puede quedar como un pobre paracaidista, recuerden a Henrique Cymerman declarando «pobres enviados especiales» acerca del desconcierto de todo periodista que cae de repente a cubrir el conflicto de oriente medio – por dos semanas, claro – y su falta de cosmovisión para no caer en la propaganda de todos), no puede dar valor a otra cosa que no sea espectáculo.
Ay, ese siglo XX que no termina de morirse…
Dije: «seré breve». Por favor, no me tomen nunca en serio.
El reportaje sobre Turquía no sería periodismo. Sería otra cosa.
Estoy siguiendo la guerra de Siria y creo que no había visto un conflicto con tanto vídeo casero grabado con móviles y cámaras digitales. Ahí sí que hay desintermediación.
¿No es llamativo que baste el nombre (Federico), sin el apellido, para que todos sepamos de quién está hablando? ¿Tan mediáticos han llegado a convertirse los propios periodistas?
Recién llegado de Turquía sólo puedo decir que me encantaría leer ese libro 😉