Robert D. Kaplan es de esos autores que sin darme cuenta ha ido poblando mis estanterías. Tengo siete de sus libros y un octavo está en camino. Creo que no es el caso para otros autores muchos más célebres. Puedo decir que me dedico al estudio de la transformación de los conflictos armados porque leí la edición española de The Coming Anarchy allá por la primavera de 2001. Sí, es un realista político. Sí, se dejó deslumbrar por el historicismo y ahora por la Geopolítica clásica. Pero ya me gustaría a mí poder combinar contexto histórico, análisis y perspectiva sobre el terreno, como hice en aquel artículo a mi vuelta de Israel (¿Algún plutócrata entre mis lectores dispuesto a financiarme unos viajes?).
En este caso Robert D. Kaplan hace un periplo por el Océano Índico: Omán, Pakistán, India, Bangladesh, Sri Lanka, Birmania, Indonesia y Zanzíbar. China cumple el papel de «elefante en la sala». El gran tema de fondo es como China e India, dos potencias emergentes con necesidades crecientes de recursos energéticos, se están posicionando en el Océano Índico para asegurar sus Líneas de Comunicación Marítimas (SLOC) estableciendo alianzas y bases avanzadas mientras potencian sus armadas. El asunto ya lo conocía, así que lo interesante es el resto de temas clave que plantea el libro.
Aunque la atención se centre siempre sobre Oriente Medio, un porcentaje muy importante de la población musulmana mundial vive en Asia. La suma de la población musulmana de Pakistán, India, Bangladesh e Indonesia hace palidecer el peso demográfico de los árabes musulmanes en Dar Al-Islam. Así que para mirar al futuro del Islam en el siglo XXI hay que considerar asuntos que trata Kaplan, como las fuerzas centrífugas dentro de Pakistán (un estado artificial sujeto por el poder militar punyabi), la convivencia interétnica en la India, los problemas medioambientales de Bangladesh o el futuro de la democracia en Indonesia.
Otro apunte interesante es cómo el apetito de India y China por bases avanzadas y recursos naturales nos lleva a una nueva era de Realpolitik donde países como Birmania o Sri Lanka no son cuestionados sobre los métodos expeditivos con los que aplasta grupos rebeldes mientras se firman contratos y avanzan las obras de puertos y oleoductos estratégicos. La famosa «condicionalidad» occidental por la que se exige apertura democrática y derechos humanos a cambio de ayuda e inversión económica puede estar en camino de dejar de ser un instrmento de presión ante el pragmatismo chino y los imperativos estratégicos de India. Algo a no olvidar en el caso del cerco económico occidental a Irán.
Por último, una idea que atraviesa toda el libro es que el Océano Índico fue escenario en el pasado de un particular mundo conectado en el que la regularidad de los vientos monzones permitió rutas marítimas de largo alcance de Zanzíbar a Indonesia. Personas, ideas y credos viajaron con las mercancías. Una idea interesante ante los anglocéntricos convencidos de que la globalización no existe fuera de su mundo. Pero aún así, Robert D. Kaplan no se libra de sus bagajes. Cuando habla de los viajes de los exploradores portugueses toda su bibliografía es de autores anglosajones y los describe en los siguientes términos (pág. 50):
Obsessed adventurers: men ruthless for wealth, heroic to the point of fantaticism, freighted with the cruel mental baggage of the Middle Ages, and intoxicated with a poignant love for the Virgin Mary. Faith and greed went together. The Portuguese stole, but only from those whom they saw as the corrupt of God.
Según Kaplan la idea de que Enrique El Navegante fomentó el conocimiento científico y sentó las bases para los descubrimientos portugueses es un mito. Entonces, ¿como unos fanáticos religiosos y medievales en los que pervivía el espíritu de las Cruzadas pudieron lograr la proeza de llegar con sus barcos hasta Malaca? Ah, cualquiera sabe.
Más tarde apunta (pág. 59):
Eventually, diplomats, merchants, naturalists, and artisans joined the ranks of soldiers toing-and-froing between Lisbon, the Persian Gulf, and India. Many of the travelers were educated, inquisitive people who did not make the journey as a last resort. «The depth, breadth, and richness of intelligence-gathering by the Portuguese was a notable characteristic of their world», writes the John Hopkins University historian A.J.R. Rusell-Wood. […] They employed indigenous troops, and gave great recognition to local skills and lore.
De pronto, los fanáticos y codiciosos portugueses son unos auténticos hombres del Renacimiento. Una nota a pie de página da otro punto de vista (pág. 59): «Algunos académicos alegan que los portugueses no fueron mucho peor que los holandeses e ingleses en su comportamiento y que la arrogancia anglo-americana es responsable de la imagen negativa del colonialismo portugués». Cachis la mar, sin esa nota no hubiera nunca caído en la cuenta. El libro que recomienda como versión alternativa, por cierto, es The Indian Ocean: A History of People and Sea de Kenneth McPherson.
Y a todas estas, ¿cómo fue que los territorios de Afganistán a Birmania terminaron formando parte del Imperio Británico? ¿Qué guerras, batallas y revueltas sucedieron? ¿Cuántos tratados injustos, engaños e imposiciones por la fuerza tuvieron lugar para que tantos y diversos pueblos terminaron siendo colonias inglesas? El libro no lo explica. Hay un curioso lapso histórico entre la aparición de los portugueses y el establecimiento del Raj Británico, a excepción del papel de Robert Clive en el Golfo de Bengala. Pues cualquiera diría que los británicos aparecieron por el Océano Índico de turismo y la Compañía de las Indias Orientales era una simpática organización filantrópica llena de voluntariosos hombres dispuesto a propagar la civilización. Ay, los peligros de la historiografía anglosajona.
Eso de exigir democracia y respeto a los DD.HH. antes de invertir o ayudar; es cosa ya del pasado desde que China y ahora India tienen dinero para ello a cambio de lo que les interesa, acceso a recursos. Pero el caso de Irán es distinto. Porque no es un país que pida ayuda y se le niegue por el maltrato a su población, se le niega por ser un peligro para sus vecinos y para el mundo en general. Y me refiero al fomento, organización y financiación de grupos «insurgentes» en países vecinos. Como Hezbola en Líbano o Hamas en Palestina o de otros grupos en otros países.
Es un matiz muy importante.