El último que apague la luz (I)

Cuando los aspirantes del PSOE a candidatos a la presidencia del gobierno maniobraban en los medios de comunicación afines le mostré mi extrañeza a alguien de que la ministra de defensa se postulara para el puesto. En mi opinión no tenía una gestión brillante que presentar como aval a su candidatura. Más bien lo contrario. La persona con la que hablaba sentenció con algo parecido a: «Da igual. En España a nadie le interesa los asuntos de defensa. La gente sólo se queda con eso que dicen en el Telediario sobre misiones de paz».

Chacón quedo finalmente fuera tras el dedazo que aupó a Rubalcaba. ¿Pero y si hubiera sido candidata? ¿A alguien le hubiera importado su gestión del Ministerio de Defensa? ¿Alguien habría tenido criterios para hacer un balance?

La trayectoria del Ministerio de Defensa español en los últimos años parece seguir el paradigma de las Guerras Posmodernas interpretado por alguien que leyó el libro y no entendió nada. Los documentos oficiales del Ministerio de Defensa establece que España no tiene enemigos potenciales y las amenazas son por tanto tan imprevisibles como indefinidas. Sin embargo España, al contrario que Portugal, Suiza, o Bélgica, tiene un país vecino que reclama la soberanía de ciertos territorios. El asunto nunca supuso un problema mayor por la abismal diferencia cualitativa de las fuerzas armadas. Esa brecha se ha acortado en numerosos aspectos. Pero como ya hemos dicho en otras ocasiones resulta en el fondo irrelevante porque ante la disparidad de fuerzas Marruecos ha empleado siempre estrategias «asimétricas» con pleno éxito contra España.

Descartado el paradigma de la defensa nacional como defensa del territorio pareciera que la política oficial española es la construcción de alianzas estratégicas a través de la implicación en misiones internacionales. Es la política que siguen países como Noruega, Letonia, Estonia, Polonia o Mongolia. Teniendo por vecinos cercanos a una potencia nuclear se han implicado en las guerras de Estados Unidos para labrarse el apoyo de Washington en sus problemas locales. España ha seguido esa misma política pero de forma harto chapucera.

La primera decisión tomada por el primero de los gobiernos de Rodríguez Zapatero fue la inmediata retirada de las tropas de Iraq. Una historia que todavía no ha sido contada en sus precisos detalles. Lo que se vendió en España como una decisión fulminante producto de la coherencia con una promesa electoral fue en realidad una huída precipitada de un área de operaciones donde una estrategia errónea propició el auge y fortalecimiento de la milicia del líder shií Muqtada al-Sadr delante de las narices de las fuerzas españolas en lo que fue además un fallo clamoroso de inteligencia.

El asunto estalló el 4 de abril de 2004 en Nayaf y sólo la decidida actuación de los contratistas de Blackwater impidió que se viviera un desastre propio de las coloniales del primer tercio del siglo XX. Los responsables militares de aquella jornada fueron, por supuesto, debidamente recompensandos por el gobierno entrante. Aunque me pregunto qué versión habrían dado en el reportaje que a mayor gloria de uno de ellos le dedicó un suplemento dominical si cierto contratista de Blackwater no se hubiera contenido y tal como se le cruzó por la cabeza le hubiera partido la cara aquel día en Nayaf por cobarde e incompetente.

La Brigada «Plus Ultra» española en Iraq la componían contigentes de países centroamericanos que dependían de la cadena logística española. La retirada española los arrastró y la decisión no cayó nada bien en Washington, que se vio de pronto con un agujero en el despliegue en Iraq. La primera decisión del gobierno de Rodríguez Zapatero, que ya se había lucido manteniéndose sentado al paso de la bandera de EE.UU. en el desfile militar de un 12 de octubre, marcó durante años las relaciones diplomáticas entre España y Estados Unidos.

Evidentmente en la primavera de 2004 la actual ministra de Defensa no ocupaba la cartera y no se le puede vincular a aquellas decisiones. Suyo sin embargo fue el protagonismo de la segunda retirada de tropas españolas y el segundo encontronazo con los países aliados. Se trató por segunda vez de una cuestión de coherencia política. Se había realizado un referéndum de autodeterminación en Kosovo en el que salió ganadora la opción a favor de la independencia de aquella provincia serbia. Y el gobierno español que no veía con simpatías tal clase de referéndum, no fuese que alguien cercano pidiera uno, decidió retirar las fuerzas españolas de la KFOR.

La decisión la anunció la ministra de defensa sin que el ministro de asuntos exteriores hubiera sido ni consultado ni informado y confundiendo los plazos. No se trataba de una decisión a ejecutar inmediatamente, sino que para evitar el desastre iraquí se llevaría a cabo con tiempo suficiente para que el resto de países de la KFOR compensaran la retirada española. La ministra se olvidó de ese detalle y tuvo que ser corregida desde Moncloa para pitorreo de la prensa de derechas en España e indignación de los países aliados.

El desastre diplomático que supuso la retirada española de Iraq tuvo que ser compensando ante Washington de alguna forma. Y el gobierno de Rodríguez Zapatero decidió entonces aumentar la contribución española en Afganistán teniendo mucho cuidado de que no se vinculara con las operaciones contrainsurgencia contra los talibán llevadas a cabo por EE.UU., Reino Unido, Canadá y Australia principalmente. El esfuerzo español quedaría encuadrado en ISAF, la fuerza de reconstrucción y asistencia a la instituciones locales comandada por la OTAN.

[Continuará]

3 respuestas a “El último que apague la luz (I)

  1. No te olvides de los salvadoreños y los de la Guardia Nacional de Alabama… los primeros fueron los que rompieron el asedio de Base Al Ándalus, y los segundos fueron los primeros que consiguieron llevar munición desde Baker, además de poner la única M2 que funcionaba y un Mk19 al que le dieron muy buen uso.

  2. «Descartado el paradigma de la defensa nacional como defensa del territorio pareciera que la política oficial española es la construcción de alianzas estratégicas a través de la implicación en misiones internacionales. Es la política que siguen países como Noruega, Letonia, Estonia, Polonia o Mongolia. Teniendo por vecinos cercanos a una potencia nuclear se han implicado en las guerras de Estados Unidos para labrarse el apoyo de Washington en sus problemas locales. España ha seguido esa misma política pero de forma harto chapucera. »

    Es exacatmente la política que hacía España a finales del SXIX y que nos llevó al desastre del 98: segudismo de las potencias europeas en la ilusión de que llegado el caso nos defenderían… Y nos pasó lo mismo que a Gadaffi: nuestros supuestos aliados se alinearon con el enemigo.

    No aprendemos.

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