En marzo de 1982 una empresa llamada INSLAW le vendió un programa llamado PROMIS (Prosecutors’ Management Information System) al Departamento de Justicia estadounidense por diez millones de dólares para digitalizar los archivos judiciales. Estamos hablando de una época donde un fiscal se enteraba que el acusado de su caso tenía otros casos pendientes porque el dato surgía causalmente en una conversación de pasillo. Así que pasar de tener los casos de los tribunales guardados en archivos de papel a tenerlos en un ordenador era una revolución.
Sorprendentemente el Departamento de Justicia cortó los pagos a INSLAW y la empresa quebró en 1985. INSLAW acudió a los tribunales y logró ganar el caso, con el juez señalando en la sentencia que era un ejemplo claro de “artimañas, fraude y engaño”. Misteriosamente el juez fue destituido para ser sustituido precisamente por un abogado del equipo legal que había defendido al Departamento de Justicia. En segunda instancia el caso fue desestimado y la empresa INSLAW, quebrada, tuvo que ser malvendida.
El caso de INSLAW cayó en manos de Danny Casolaro, un carismático y vital escritor que se ganaba la vida como reportero de una publicación sobre el naciente y pujante negocio de la informática. Uno de los fundadores de INSLAW, William Hamilton, le reveló a Danny Casolaro que el caso escondía algo siniestro relacionado con el Estado Profundo y, aunque Casolaro nunca había sido un reportero de investigación, quedó enganchado con la historia.
La primera pista llegó con Michael Riconosciuto, antiguo niño prodigio descarriado, que en sede judicial había declarado que había recibido el código fuente de PROMIS de manos de Earl Brian, alguien conectado con Ronald Reagan, para crear una versión con puertas traseras que vender a terceros países y permitir a los servicios de inteligencia estadounidense extraer información.
Según Riconosciuto el potencial negocio con la versión modificada y pirateada de PROMIS era el premio recibido por Earl Brian por haber negociado con el gobierno del Irán revolucionario retrasar la liberación de los rehenes de la embajada estadounidense de Teherán hasta después de las elecciones presidenciales de 1980, hundiendo así la imagen del gobierno Carter. Riconosciuto era un genio tecnológico bastante inestable que había participado en un proyecto liderado por un agente de inteligencia para explotar el vacío legal de una reserva india al sur de California montando allí factorías de armas y lavando dinero en una trama en la que terminaron varias personas asesinadas.
Danny Casolaro se encontró de pronto que el caso INSLAW tenía un montón de ramificaciones que conectaban aquel caso de quiebra de una empresa informática con el escándalo Irán-Contra, traficantes de armas de Oriente Medio, narcotraficantes colombianos, lavado de dinero y el submundo de delincuentes que operaban impunemente en territorio estadounidense porque prestaban servicios a las cloacas del Estado. Casolaro sentía que si conseguía desvelar todas las ramificaciones de una trama tan compleja a la que bautizó el Pulpo iba a poner patas arriba la historia de los Estados Unidos de las últimas décadas. Entonces, en 1991, misteriosamente se suicidó.

La serie documental American Conspiracy: The Octopus Murders arranca con un joven periodista llamado Christian Hansen que se obsesionó con el caso INSLAW y decidió retomar el trabajo inacabado de Danny Casolaro. Su amigo Zachary Treitz decide acompañarlo en sus idas y venidas para hacer entrevistas y explorar archivos, de tal forma que tenemos un documental que explica el caso INSLAW desde el punto de vista de Danny Casolaro y desde el punto de vista de Christian Hansen, para terminar por momentos alejándose de ambas líneas narrativas para reflexionar sobre la obsesión de ambos y la fiabilidad de las fuentes.
En el cuarto y último episodio tenemos dos sorprendentes revelaciones. El departamento de policía de la localidad donde Danny Casolaro abrió por fin sus archivos sobre el caso a Christian Hansen, que encuentra una nota de una testigo que aseguraba haber visto a una persona entrar en la habitación del hotel donde Danny Casolaro se suicidió. El retrato robot se parece bastante a un personaje de la trama, un militar de operaciones especiales que coincidió de forma «casual» con Danny Casolaro en un bar y se convirtió en una fuente.
La otra relevación tiene lugar cuando Christian Hansen y su amigo Zachary Treitz cruzan Estados Unidos para hablar con la fuente original de William Hamilton, uno de los fundadores de INSLAW que había dicho en varios programas de televisión que tenía conctactos en el mundo de la inteligencia. Esa fuente resulta ser una trabajadora de una agencia de seguros cuyo marido es mecánico, y no agente de la CIA como creía William Hamilton. Ella cuenta ante cámara que averiguó aspectos ocultos de la trama acudiendo a una bolera y preguntando a personas aleatorias si tenían alguna información de la empresa y pidiéndoles que corrieran la voz. Según ella, misteriosos informantes aparecieron así de la nada dejándole notas manuscritas y anónimas. La reacción ante cámara de Hansen y Treitz de vuelta de la entrevista con la fuente de Hamilton ya en el coche es un sonoro «Fuck!» exclamado al unísono. Para rematar, logran conversar con el hijo del militar de operaciones especiales que había sido fuente de Danny Casolaro. El hijo, entre sus múltiples virtudes, lo describe como un experto en guerra psicológica capaz de convencer a su interlocutor de cualquier cosa.
Llegados a este punto los dos protagonistas del documental se dan cuente que todo la investigación de Danny Casolaro se basa en una galería de personajes fabulantes que han proprocionado información falsa o tergiversada de una trama siniestra que sí tiene elementos ciertos. Así que queda a criterio del espectador decidir qué creer y qué no. Los dos reflexionan sobre quedarse atrapados por el juego inacabable de tirar del hilo que te lleva a una realidad paralela y que te aisla de tu entorno de personas normales que no entienden la obsesión, mostrando la preocupación de Zachary Treitz por la espiral sin fondo que ha atrapado a su amigo Christian Hansen.
Mi sensación como espectador es que la vieja Guerra Fría y el gobierno Reagan nos proporciona suficiente material de conspiraciones, tramas ocultas y acciones del Estado Profundo como para tener que inventar trama delirantes de conspiranoia. La realidad siempre supera la ficción. Y la historia de fondo de esta trama lo demuestra. Pero los autores del documental han tenido la honestidad suficiente para mostrarnos que si uno profundiza suficientemente en el mundo de las conspiraciones se encuentra con personajes de dudosa credibilidad por mitómanos o por problemas de salud mental. Ahí fuera se ha criticado esa ambigüedad pero a mí me ha parecido honesta y admirable.


Comments
2 respuestas a “American Conspiracy: The Octopus Murders”
La típica invención conspirativa retorcida y con varias ramificaciones.
Al contrario de lo que se suele pensar, yo creo que las redes sociales han tenido un efecto demoledor sobre todas las teorías conspirativas y los terraplanismos de todo tipo.
Aunque en un principio conceden un altavoz global a todo el que quiere anunciar al mundo sus revelaciones, provocan una reacción crítica instantánea que exige pruebas y demostraciones y desmonta rápidamente las afirmaciones más atrevidas y siembran dudas que nadie puede explicar, salvo recurriendo a una nueva trama conspirativa.
En la inmensa mayoría de los casos todas estas conspiraciones terminan con una palmada en la espalda al garganta profunda y un «vale, chaval, tú sigue ahí que los demás tenemos cosas que hacer» .