«Postales de Guerra» de Fernando Mollá

Postales de Guerra.
Fernando Mollá, 2007

Mi razón para registrar los libros que entran en mi biblioteca es tratar de frenar la compra compulsiva. He ido acumulando en el transcurso de los años montañas de libros «para más adelante» o «por si acaso».Hace poco alguien me preguntó si aparte de los libros en papel que muestro cada mes estaba comprando libros en formato electrónico. Sí lo hago y de hecho caí hace poco en la cuenta de que no estaba dejando constancia de ello.

Uno de esos libros que he comprado en formato electrónico y que para variar enseguida leí es Postales de Guerra de Fernando Mollá. El autor era en 1993 comandante del Ejército de Tierra español y sirvió como Observador Militar de Naciones Unidas en la ex-Yugoslavia. El libro recoge sus experiencias por cerca de un año en la Bolsa de Bihać y en la Krajina. La guerra entonces parecía que podía tener algún arreglo diplomático y leído el libro con la perspectiva del tiempo resulta triste pensar en aquellas esperanzas. El autor prescinde del contexto político del momento o de los antecedentes históricos para relatar con detalle sus viviencias cotidianas de una forma simple y directa. Se nota la falta de un editor profesional que hubiera pulido el libro, pero así no deja de tener un cierto encanto el resultado final. Incluso cuando el autor cae en alguna cursilería o le faltan las palabras para transmitirnos lo que nos quiere contar. Quizás por la falta de artificio podemos intuir que el libro es un fiel reflejo de lo que sucedió allí.

Uno puede hacerse con Postales de guerra una idea clara de lo que suponen las misiones de Naciones Unidas. Por un lado, el moverse por un campo de batalla invernal en carreteras de montaña en un Jeep Cherokee pintado de blanco tratando de lograr acuerdos o imponer su respeto con sólo la palabra y la condición de «casco azul» sin más respaldo que el constructo abstracto de la legalidad internacional. Por otro, uno vislumbra la fenomenal jaula de grillos que son las misiones de Naciones Unidas donde coinciden militares de toda procedencia y condición. En el libro vemos al autor estar en tierra de nadie entre, por un lado los fríos escrúpulos profesionales de los europeos del norte tan preocupados en ceñirse a las normas que terminan siendo inmisericordes frente a tanta tragedia, y por otro lado la falta de profesionalidad e indolencia de muchos militares procedentes de países en desarrollo de los que no se sabe bien qué pintan en una misión de Naciones Unidas. Y leyendo los esfuerzos del autor por aprender el serbocroata, por cumplir su misión y su preocupación por los civiles uno termina comprendiendo el fracaso de las fuerzas armadas españolas en lugares como Iraq y Afganistán.

Los Balcanes fueron la verdadera escuela de misiones internacionales de las fuerzas armadas españolas. Fueron 18 años de presencia española allí en diferentes misiones (UNPROFOR, IFOR, SFOR y Althea) por las que pasaron más de 46.000 militares. Su misión fue intermediar entre dos bandos enfrentados. La carencia de vínculos históricos con la zona (al contrario de Rusia, Turquía, Francia o Alemania) contribuyó a que fueran percibidos por la población local como fuerzas neutrales. No fue una misión fácil. Las carreteras bosnias durante el invierno se cobraron vidas. Hubo ataques puntuales contra los contingentes españoles. Pero los españoles que pasaban por allí volvían contando cómo se les caía el alma a los pies viendo tanto sufrimiento mientras otros cascos azules, más rubios y guapos ellos, miraban con desdén a aquella pobre gente. Yo siempre recordaré las imágenes de señoras mayores con un pañuelo en la cabeza llorando al abandonar para siempre sus casas y cómo el periodista de turno las identificaba como bosnias musulmanes por la prenda en su cabeza. Donde el periodismo veía exotismo yo recuperaba el recuerdo que tengo de mis abuelas trabajando en el campo. Sospecho que muchos de aquellos militares españoles que pasaron por Bosnia en los 90 también supieron ver en la población civil un reflejo de la España que una vez fue. «Mano izquierda», neutralidad, empatía con la población local… Fueron varias las virtudes de las que se sentían orgullosos los militares españoles.

En julio de 2003 se desplegó en Iraq la Brigada «Plus Ultra». Las fuerzas españolas se encontraron como fuerza de ocupación en un país donde sectores importantes de la población rechazaban la presencia de fuerzas extranjeras. Se aplicó la «mano izquierda» que había sido tan efectiva en los Balcanes. El 4 de abril de 2004 le estalló en la cara al contingente español desplegado en la ciudad de Nayaf una revuelta. Según las crónicas españolas fue un acontecimiento inesperado. Según las fuentes estadounidenses era un acontecimiento inevitable largamente anticipado. La intervención de contratistas de la empresa Blackwater, soldados salvadoreños y reservistas de la Guarda Nacional de Alabama (con reglas de enfrentamiento menos restrictivas que las del contingente español que estaba allí en «misión humanitaria») salvaron el día.

Leo estos días crónica sobre combates de las fuerzas españolas en Afganistán donde se habla de intercambios de disparos de loma a loma y tras varias horas se hace el recuento de uno o dos talibán muertos. En alguna crónica periodística siempre se cita a un militar que ufano proclama que se avanza en el control del territorio porque los talibán al final del día se retiraron. Y me quedo perplejo porque la guerra de guerrillas nunca ha tenido que ver con el control de un accidente particular del terreno. ¿Habrán llegado hasta aquí los conceptos de «war among the people» y «people-centric warfare»? El ejército español sufre su particular Síndrome de los Balcanes.

Un comentario sobre “«Postales de Guerra» de Fernando Mollá

  1. Muy buen resumen. Es un tema del que ya hemos hablado varias veces y llegamos a la misma conclusión.

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