«Setting the Desert on Fire» de James Barr

Setting the Desert on Fire: T.E. Lawrence and Britain’s Secret War in Arabia, 1916-18.
James Barr, 2006.

Siento una especial interés por la campaña de insurgencia que Lawerence de Arabia fomentó como oficial de enlace y asesor del Jerife de la Meca, Husayn ibn Ali. Mi primera lectura sobre el tema fue directamente el recuento de aquella campaña hecho por el propio T. E. Lawrence, un libro monumental y enormemente detallado. Quizás la presencia del nombre de Lawrence en el título del libro de James Barr pueda inducir a creer que se trata de otro libro más sobre la aventuras del personaje. Pero lo que aporta Setting the Desert on Fire es el contexto de la Primera Guerra Mundial en Oriente Medio desde la perspectiva británica, adentrándose en todos los tejemanejes diplomáticos. En este relato global Lawrence es sólo un personaje más de una trama densa que Barr ha reconstruido acudiendo a bibliotecas y archivos para rescatar informes, memorandos y cartas personales. El detalle es minucioso y el desfile de personajes llega a ser un tanto mareante a ratos. Todo esto quizás decepcione a los interesados únicamente en las aventuras de Lawrence en los desiertos de Arabia pero ayuda a comprender el cuadro general de lo que él contó en su memorias.

Una de las cosas que he descubierto con este libro es que los británicos aplicaron la conocida estrategia de «prometer y prometer hasta meter» con árabes, rusos, franceses y judíos sentando las bases del lío que hoy es Oriente Medio al ser incompatibles entre sí las promesas a unos y otros. Al comienzo de la guerra, franceses y británicos decidieron que en un futuro trocearían el Imperio Otomano para repartírselo. Para los británicos era un futurible abstracto, así que no tuvieron reparos en prometer a los franceses el control de lo que hoy es Siria, Líbano y el norte de Iraq. Luego, según avanzó la guerra y la victoria sobre los otomanos pareció segura, «regalar» la provincia de Mosul a Francia dejó de parecer una buena idea. Aquí habría que recordar la artificialidad de los estados de la zona. El autor apunta el dato de que topónimos como Libia, Siria y Palestina son en realidad nombres de provincias romanas sin equivalencia política alguna en la historia árabe contemporánea. Cómo Francia y Reino Unido trazaron líneas sobre los mapas es el tema de otro libro del mismo autor, A Line In The Sand.

El segundo aporte interesante es comprender cómo Lawerence recibió tanta libertad para hacer y deshacer. El alto mando británico en El Cairo aceptó el proyecto de apoyar una campaña de guerra irregular en la Península Arábiga contra las fuerzas Otamanas tras el fracaso de varias campañas: El intento de acabar la guerra de forma fulminante con un desembarco en Gallipoli que permitiera alcanzar Estambul, el corazón del imperio; el fracaso de la fuerza expedicionaria que partió de Kuwait hacia el interior del actual Iraq y que terminó rindiéndose tras un cerco en Al Kut; y tras el fracaso de una y dos repetidas ofensivas desde el Sinaí sobre Gaza. Todos esos fracasos hicieron que las ideas de Lawrence fueran escuchadas. Una nueve perspectiva en una región donde los británicos no daban pie con bola no suponía mucho que perder.

Llegados a este punto, la genialidad de los planteamientos de Lawerece es conocida. Lo interesante del libro es entender lo que estaba pasando a sus espaldas mientras él vivía con los beduinos del Hiyaz. Por un lado, la Revolución Rusa de 1917 y la retirada de ese país provocó un vuelco a la situación de la guerra. Los alemanes pudieron retirar tropas del frente oriental para lanzarlas en una ofensiva en el frente occidental que hizo creer a los árabes que la guerra podían ganarla las Potencias Centrales. Las negociaciones tanteando un cambio de bando no dejan en buen lugar a algunos de los protagonistas del relato de Lawrence. Por otro lado, los británicos ante tal situación jugaron una carta. Según el autor, tratar de apelar a los judíos en las filas bolcheviques a favor de continuar la guerra y conservar el apoyo de los banqueros judíos son las razones que explican la Declaración Balfour. Hasta aquel entonces el consenso entre Francia, Rusia y Reino Unido era que Tierra Santa obtendría un status especial. El fin de los zares dejó sin su principal valedor a la idea. A partir de entonces y según la suerte de la guerra fue favorable a los aliados, las promesas británicas se convirtieron en planes menos generosos para franceses y árabes. Ahí radica uno de los grandes tormentos que acompañó a Lawerence hasta el final de sus días. Su papel no dejó de ser en realidad de gran animador de una Revuelta Árabe contra el Imperio Otomano a sabiendas de que animaba a otros a luchar y morir engañados a mayor gloria del Imperio Británico. Creo que James Carr señala con acierto en las conclusiones que aquellas ansias frustadas de libertad están en la raíz de otros muchos problemas posteriores en Oriente Medio.

Por último es de destacar que el autor elaboró un blog durante la redacción del libro, tiempo en el que viajó por lugares que pisaron protagonistas de su relato.

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