Cuando hace ya tiempo hablábamos de la lógica de la privatización militar se trataba de que las fuerzas armadas occidentales, que estaban preparadas para luchar en las planicies alemanas contra una invasión soviética, se encontraron con la necesidad de intervenir cada vez más con rapidez en lugares imprevistos. Parte de ese esfuerzo recayó en empresas por la flexibilidad y rapidez con la que se maneja el sector privado.
La externalización de servicios comenzó en la era Clinton, pero se trataba inevitablemente de la emergencia de nuevos actores privados en el panorama internacional. Era una cuestión de la marea histórica, donde desde los gobiernos locales a las multinacionales desarrollaban su propia agenda política internacional a espaldas de los estados. Más aún, la debilidad de los estados periféricos tras el desinterés inicial de las súper-potencias tras el fin de la Guerra Fría llevó al desplome de países como Somalia o Liberia y dejó a las empresas al cargo de su propia seguridad en lugares como Nigeria o Angola.
En el pasado III Congreso Internacional de Seguridad y Defensa en Granada surgió por dos veces el asunto de las Empresas Militares Privadas (PMC en inglés) en boca de oficiales del Ejército de Tierra que repitieron los arquetipos erróneos que usa habitualmente la prensa: Las fuerzas privadas en el terreno es un fenómeno exclusivamente estadounidense que se limita a Iraq y Afganistán, sin que se haya constatado que la privatización suponga un ahorro a la vez que genera un montón de problemas legales.
Pero fue algo más que eso. Al fin y al cabo queda mucho por escribirse sobre PMC en España. En Granada lo que sentí fue una sensación de desconexión entre lo que uno lee sobre materiales, doctrina y experiencias de los países con fuerzas combatiendo accesible gracias a Internet y lo que uno lee o escuha por aquí. Se trata de la velocidad que han adquirido los ciclos de innovación. Por ejemplo la carrera entre los insurgentes que plantan bombas y las fuerzas que los persiguen. Hay fuerzas armadas, como los canadienses, que han mostrado una buena capacidad de aprender y rectificar sobre la marcha. La experiencia y las bajas les llevó a adoptar vehículos sudafricanos a pruebas de minas, a desplegar carros de combate Leopard I y a lanzar un programa de adquisición urgente de Leopard II. No significa eso que las soluciones candadienses haya que aplicarlas al área de operaciones española en Afganistán. Pero dudo que aquí hayamos mostrado la misma capacidad de maniobra. ¿Desde cuándo se oyó hablar por primera vez de MRAPs en Iraq, cuánto tardó el debate en llegar a España, cuánto se tardó en ordenar la compra de vehículos y cuántos se han desplegado en misiones internacionales?
Podríamos seguir con esta velocidad de tortuga para aprender y cambiar. Y eso suponiendo que alguien realmente esté a la escucha de lo que pasa ahí fuera. ¿Hacemos apuestas sobre cuántos informes circulan en España sobre el programa Human Terrain System, la Task Force Paladin o el Asymmetric Warfare Group ? ¿Y hacemos una comparación entre los tiempos y costes manejados por el INTA para desarrollar el programa SIVA y los manejados por la iniciativa privada?
Podríamos también optar por salir corriendo de Afganistán, como alguno propone. O podríamos empezar a plantearnos seriamente en externalizar la formación y adiestramiento en temas puntuales como primer paso a externalizar otras cuestiones en las que está claro que el rtimo de de las nuevas guerrras nos ha superado.
Pues no entiendo que hay de malo el sólo centrarse en lo esencial, es decir, en el combate. Las PMC han dado muestra de eficiencia en muchas tareas. Si logramos dedicar menos dinero en ciertas funciones para poder traspasar el resto al combate no entiendo que se esté tan retraido en este país.
Los prejuicios. Eso es lo que nos detiene. Los prejuicios de los militares a cualquiera que les quite su parte de pastel. Y los de los políticos a cualquier privatización. VIVA LO PÚBLICO.