Resulta descorazonador pasear por Baixa, el corazón de Lisboa. Uno se encuentra en el casco histórico de la ciudad, cerca de donde estuvo en sus tiempos el palacio real hasta 1755, y las fachadas decrépitas son la mayoría. Los desconchones se extienden por el Barrio Alto y Chiado, que la guía llama zona bohemia de la ciudad. Lo entiendo al ver el botellón espontáneo de mochileros europeos en un mirador sobre el Tajo. Que me hayan ofrecido hachís y marihuana las dos veces que he paseado por la Rúa Augusta (la calle Preciados de Lisboa) dice mucho sobre a qué vienen los turistas de mi edad. Si esto es el centro de la capital del país no quiero ni imaginar los barrios humildes de las capitales de provincia. Supongo que el esfuerzo de renovar la ciudad se emprendió en la zona de la Expo 2000 que no he visitado.
Belém, con su blanca torre y el monasterio de los Jerónimos, tan cerca del mar provoca otra impresión. Ha coincidido con un día soleado y de viento que traía el olor a salitre. Nada como el mar para subir el ánimo.
Me hacen gracias las tontas recomendaciones de El País sobre qué hacer en Lisboa. ¿A alguien le pagan por escribir esas bobadas? Lo mejor de Lisboa no está al aire libre. Los cafés y las dulcerías tienen el encanto de parecer sacados de la España de hace décadas. Sagres y Super Bock, las dos marcas principales de cerveza, fabrican productos interesantes. Como la Sagres Bohemia, una dunkel sabrosa con su sabor afrutado y a malta. O la Sagres Preta, una cerveza negra (schwarzbier) menos amarga que la stouts irlandensas. Me decepcionó en cambio la Super Bock Tango, un intento de cerveza de frutas que más bien sabe a jarabe. A años luz de las Bellevue o Morte Subite belgas, por las que me pierdo.
¿Y cómo no hablar de las librerías? Lisboa se redime a mis ojos por sus librerías que dan el calibre cultural e intelectual de un país. Quitando las habituales novelas pseudohistóricas y conspirativas uno se ve libre de encontrar las toneladas de basura impresa que pueblan las librerías españolas. Y no me refiero a esos libros basura escritos por estrellitas mediáticas y fugaces, sino a lo que uno encuentra normalmente en todas las secciones de una librería española. Pero de eso hablamos otro día. Porque en Lisboa las librerías tienen secciones de Sociología, Ciencia Política, Filosofía, Poesía… Cada una por separado, encontrándote títulos de ciencias sociales indistíntamente en portugués e inglés. La sección de Historia está llena de libros de ¡historia!, y no de historieta como en las nuestras. Me llamó la atención la abundancia de títulos traducidos del español o inglés sobre aspectos puntuales de la historia de España. Vuelvo a casa con un par de libros en portugués sobre África. Qué lejos están ellos de nosotros en producción editorial sobre sus ex-colonias. ¿Alguien ha visto alguna vez un libro publicado en los últimos años que hable sobre Guinea Ecuatorial? Yo sí. En Londres…
Carajo, no te conocía ese «expertise» en cervezas. Asombroso. Los portugeuses siempre han hablado mejor inglés que los españoles, y su trato con Gran Bretaña siempre estuvo entre aliado-colonia (Como Canarias, por cierto) y eso se nota en la tradición cultural… La UNED hubo una época que sacó varios libros sobre Guinea ecuatorial que creo que ahora son inencontrables (salvo en mi casa, je, je). Recuerdo uno sobre narración oral, y una novela increíble titulada Ekomo, escrita en un español africano alucinante, tengo que hablar de ella un día. Y acaba de publicar Almuzara una novela que te puede interesar, escrita por Antonio Lozano, un isleño de adopción: «La muerte de Sankara» creo que se llama, alrededor del asesinato del lider burkinabés Thomas Sankara. Vaya gira que llevas, compañero…
Sí, la verdad es que visitar Lisboa y Oporto es triste… algo falla… Y sí, los cafés lisboetas són geniales.
Por cierto, hablando de Guinea, me alojé aquí durante un mes. A lo mejor te interesa.