En Canarias hace frío, ¿y yo me río?

Creé la sección «Cuaderno de Viaje» el verano pasado, cuando me dediqué a deambular por Eslovenia con Nastja y Natasha. Aquellos apuntes a vuelapluma sobre mi viaje atrajeron bastantes visitas. Muchas veces te encuentras que a la gente le atrae más esos pequeños detalles que los grandes soliloquios.

He desempolvado el cuaderno de viajes, y me he venido a Tenerife. Ya saben, el paraíso y tal. Y me he encontrado con frío. ¡Pero que frío! Brrr… Uff… Húmedo y agarrotador. Las casas aquí no están preparadas para el frío. Nada de cristales gruesos, marcos de ventana aislados con goma, calefacción. Amanezco con la garganta irritada. Ando con los hombros doloridos por ese gesto de encogerlos, tensos, por el frío.

La gente se ríe al oírme que paso frío, cuando me suponen en la playa. La razón de todo es que la humedad en el aire aquí, a cierta altura y distancia del mar, es mucho mayor que en Madrid. Una humedad que parece que se te mete en los huesos y no te suelta. Algo así debían sentir en la sede del obispado, una casa señorial en la ciudad de La Laguna, para estar con una estufa eléctrica. Un edificio histórico, con vigas de tea, oficinas llenas de archivadores de papel. ¿Un cortocircuito? Fuego. Un incendio fulminante.

Mi amigo Juanjo, el autor de la cabecera de este blog, hizo una foto aquella misma noche.

obispado de Tenerife

El escenario de paseos interminables en la madrugada de los fines de semana. Calles perpendiculares, con edificios señoriales, en lo que fue un ensayo renacentista de la urbanización de América. Una sociedad ensimismada con una vida política caciquil. Canarias daría para muchos blogs. Muchos.

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