El 34º oriental

En la madrugada del miércoles 14 sentí una punzada en el estómago al irme a la cama. Horas más tarde empezaba mi viaje de vuelta a Canarias y sentí próximo el estallido de la burbuja en que había vivido aislado en Uruguay durante semanas.

Había conservado desde 2009 buenos recuerdos de Uruguay porque, a pesar de la necesidad de soltar lastre, arrancar páginas de tu propia historia sólo consigue vaciar el libro de tu vida. Corría el riesgo de volver a Uruguay para encontrarme la cara real de un país que mitifiqué tras aquellas primeras impresiones y encuentros con gente sencilla y amable que me llevaron de vuelta a casa y la infancia.

Esta vez he pasado varias semanas en Uruguay gracias al Grupo Cooperativa de Las Indias y he descubierto un país con síndrome de Peter Pan que se niega a crecer por miedo a perder la inocencia y bondad por el camino. Un país donde es difícil sentirme un extraño, las barreras caen pronto y en donde el calor de los amigos, que se hacen enseguida, se siente próximo.

Palacio LegislativoUno percibe en Uruguay que hay mucho por hacer mientras el país busca su lugar en el mundo. Y allí, imaginándome un futuro que incluya visitas a la librería Puro Verso en la peatonal Sarandí, paseos al atardecer por la Rambla y risas con los amigos en torno a unas cervezas, pensé en lo que supone la experiencia del emigrante desde el otro lado del espejo. ¿Aceptaría el funcionario detrás de la ventanilla como pruebas de mi arraigo en el país mi adicción a los alfajores, el número de ejemplares de La Diaria leídos y mi conocimiento de los medios acorazados del Ejército Nacional Uruguayo? ¿Habrá lugar en los formularios para precisar los abrazos, las risas y los afectos compartidos? Las fronteras se vuelven entonces ajenas y arbitrarias.

Al final, el Río de la PlataAhora estoy de vuelta en casa tras pasar por Madrid, que de pronto vuelve a ser la tierra de las oportunidades (crucemos los dedos). Queda mucho por hacer y contar.

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