He terminado de leer «34 days. Israel, Hezbollah, and the War in Lebanon» de los periodistas israelíes Amos Harel y Avi Isaacharoff. El libro trata sobre la guerra del Líbano de 2006 y es una de mis primeras lecturas generales antes de adentrarme en la avalancha de informes, evaluaciones, artículos y toda clase de obras académicas analizando las lecciones sacadas por Israel que generó aquella guerra.
Tengo en mente el proyecto de escribir al menos un par de artículos académicos sobre el tema pero todavía disto de tener un buen conocimiento de lo que pasó aquel verano de 2006. Sin embargo consultando «El desequilibrio como orden» (Una historia de la posguerra fría 1990-2008) del profesor Francisco Veiga se me ocurrió echarle un vistazo a lo que cuenta sobre el tema y no pude evitar levantar una ceja según leía.
En el capítulo 27 (págs. 453-455) comienza hablando de aquella guerra:
En julio de 2006, un síntoma alarmante dejó entrever de forma clara que Estados Unidos, la mayor superpotencia mundial, estaba perdiendo definitivamente el control de los últimos resortes del Nuevo Orden internacional que había aspirado a imponer tras el fin de la Guerra Fría. El día 12 de ese mes, el Ejército israelí lanzó una ofensiva militar contra territorio del sur del Líbano, con el objetivo oficial de obtener la liberación de dos soldados propios capturados por la organización islamista y chiíta Hezbollah.
La captura de los soldados israelíes se realizó en el interior del territorio israelí durante una emboscada en la que murieron tres soldados. Como acción diversiva se produjo el disparo de morteros y el lanzamiento de cohetes, posiblemente de 122mm. tipo «Grad», a instalaciones militares y población civil. Cinco ciudadanos israelíes resultaron heridos.
Esos cohetes se lanzaban desde todoterrenos ligeros tipo pick-up pero también desde «silos» escondidos en algunos casos en viviendas donde instalaban lanzaderas más o menos rudimentarias.
Se trató de un acto de guerra contra Israel. Las posibilidades de rescatar a los dos soldados eran escasas pero el objetivo de la ofensiva israelí era someter a Hezbolá a tal presión que liberara a los dos prisioneros, aparte de aprovechar para eliminar la capacidad de Hezbolá de atacar el norte del país.
Pero el ataque no obtuvo el resultado previsto: los militares no fueron hallados, la ofensiva se intensificó, aportando nuevos medios y más violencia, la artillería y la aviación golpearon todo el sur del Líbano, llegando hasta los mismos suburbios de Beirut y su aeropuerto. Se volaron puentes, se destruyeron infraestructuras, la economía y el turismo del vecino país se convirtieron en blancos de los ataques.
La ofensiva israelí fue replicada por Hezbolá con ataques indiscriminados contra poblaciones civiles. Curiosamente ese «pequeño detalle» está ausente de la narración de los hechos. El problema del lado israelí es que, como demostró la guerra de Kosovo en 1999, los bombardeos aéreos son insuficientes en una guerra para lograr un resultado claro y rápido. La guerra degeneró en un «mission creep», ampliándose cada vez más el espectro de objetivos. El aeropuerto de Beirut fue atacado, al igual que la carretera Beirut-Damasco, para evitar el traslado de los dos soldados fuera del país y evitar la posibilidad de ser llevado a Irán, como se dice que sucedió con el aviador Ron Arad.
El despliegue de una violencia tan desproporcionada respondía a las acusaciones de las autoridades israelíes al gobierno libanés de pasividad en relación con la potente organización Hezbollah, que de hecho controlaba el sur del país hasta el punto de haber constituido un estado paralelo, con sus propios recursos económicos y fuerzas armadas».
Aquí tenemos otro de esos «pequeños detalles» que pasan desapercibido. En un país democrático normal los miembros de Hezbolá estarían en la cárcel por pertenencia a «banda armada», posesión de armas y explosivos, etc. Se trata de un partido político que tiene un brazo armado con misiles anticarro, tierra-aire y antibuque. Además rganiza atentados terroristas, secuestra soldados del país vecino o lanza ataques contra la población civil de ese otro país. Por no hablar de maniobras militares en campo abierto. Evidentemente todo sucede con la pasividad del gobierno del Líbano, que incumple el punto 3 de la Resolución 1559 de Naciones Unidas que establecía el desmantelamiento de los grupos armados en el Líbano.
«Haremos retroceder 20 años el reloj del Líbano», amenazó el comandante en jefe del Ejército israelí. Y en efecto, se utilizaron bombas de fósforo blanco y de racimo contra objetivos civiles; un informe de las Naciones Unidas calificó la ofensiva israelí de «modelo de violación del derecho humanitario internacional y las leyes sobre derechos humanos».
Aparte del «non sequitur» inicial que no es más que un recurso estilístico, por mucho que se repita como una atrocidad ninguna ley internacional impide el uso de bombas de racimo o proyectiles de fósforo blanco. En el caso del último sólo lo prohíbe expresamente su empleo contra poblaciones civiles. Teniendo en cuenta que hubo muchos combates en zonas pobladas del sur del Líbano, donde Hezbolá trató de hacerse fuerte y no en campo abierte, pues evidentemente hubo víctimas civiles. Pero habría que ver de dónde sale ese «informe de las Naciones Unidas», que en un libro sin notas a pie de página ni referencias bibliográficas siempre es muy socorrido. Lo que vuelve a ser llamativo es que el hecho de que Hezbolá atacara indiscriminadamente las poblaciones civiles del norte de Israel no merezca ni un comentario.
En torno a un tercio de la población libanesa, esto es, un millón de personas, resultó desplazada por los ataques. Tal proceder estratégico superó con creces los métodos y resultados de las fuerzas americanas en cualquiera de las operaciones llevadas a cabo hasta el momento en Iraq, incluyendo la sangrienta batalla por el control de Fallujah, en noviembre de 2004.
La batalla de Falluya casualemente fue el primer asunto del que hablé a partir del momento en que decidí convertir mi blog personal en un blog dedicado al análisis de la transformación de la guerra. Me resulta familiar aquella batalla. Un amigo escribió un artículo muy bueno en la revista «Fuerza Terrestre». No hace mucho leí crónicas como la de Dexter Filkins en «La guerra eterna». Así que puedo decir que Francisco Veiga no sabe lo que pasó en Falluya y que este párrafo no tiene sentido. Es pura literatura. El fantasma de Vietnam, la locura de la guerra, los estadounidenses, bla, bla, bla…
Pero lo chocante de la segunda guerra libanesa o «Guerra de Julio» fue que resultó ser una verdadera derrota estratégica y táctica para las fuerzas israelíes, quebrando el mito de su invencibilidad en combate abierto. Los miliciaciones de Hezbollah pudieron contener la ofensiva, inflingiendo importantes pérdidas materiales a los atacantes. Pero, sobre todo, lograron mantener un ritmo continuado y devastador de bombardeos con lanzacohetes móviles y misiles de corto alcance sobre las poblaciones del norte de Israel. Allí se llegó a hablar de 300.000 civiles desplazados.
Obviando que el autor no conoce la diferencia entre cohetes y misiles, el eterno pecado de querer sonar como experto en asuntos militares, podemos señalar lo llamativo que la referencia a los ataques a la población civil y los desplazados isralíes se mencionen en el apartado de logros de Hezbolá durante la guerra. ¿Sufrió Israel una derrota estratégica y táctica? No. No al menos en el plano táctico. Es todo más complicado. De hecho he encontrado que lo escribí al calor del momento no ha perdido en absoluto el interés y explica bastante bien lo que pasó. Pero el análisis de lo que pasó en esa guerra lo dejaremos para un futuro.
Al final, el conflicto concluyó el 14 de agosto al entrar en vigencia la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que estableció un alto el fuego. Ni por entonces ni posteriormente quedó ninguna duda, ni siquiera para los mismos israelíes, de que la Guerra de Julio había sido un desastre. Y ello a pesar de que los planes para la operación se habían elaborado con semanas de antelación a la toma de los dos prisioneros israelíes. Según todos los indicios, el Estado Mayor tenía preparada la ofensiva contra Hezbollah y sus rampas de misiles para septiembre, quizás más tarde, aunque no más allá de octubre. La milicia de los chitas libaneses lo sospechaba así, y de ahí la incursión del 10 de julio para capturar algunos reclutas isralíes que dieran información sobre el despliegue. Estaba claro que los dos prisioneros que se hicieron en aquella operación desvelarían a Hezbollah detalles importantes que echaban por tierra los preparativos. De ahí que tras consultar apresuradamente con Olmert y Washington, el Estado Mayor israelí decidió anticipar la fecha de la incursión.
Si la guerra fue un «desastre» para los israelíes fue precisamente por la precipitación e improvisación. El Estado Mayor israelí estaba preparando un plan operativo en caso de una guerra con Hezbolá con ataques masivos de cohetes llamado «Aguas Elevadas» que no fue aplicado porque todavía estaba siendo discutido y contemplaba la entrada de fuerzas terrestre en el Líbano. (La ocupación de suelo libanés se realizó cuando avanzada la guerra se vio que los ataques aéreos eran insuficientes). Israel en absoluto tenía previsto invadir el Líbano porque sus fuerzas armadas habían estado bastante ocupadas con la Segunda Intifada y la Desconexión de Gaza. Las fuerzas del Mando Norte habían sido desatendidas con una prioridad baja en maniobras, material y personal entrenado. Así que no desde luego no existía nada parecido a un plan de invasión del Líbano y mucho menos los dos militares israelíes, reservistas y de bajo rango, tenían conocimiento alguno de los planes que se discutían en el alto mando.
Al final Lo que parece insinuar el profesor Fransico Veiga es que la acción de Hezbolá, secuestrar en territorio israelí a dos soldados, estaba justificada por la supuesta inminente invasión isralí y no fue más que una acción anticipatoria justificada por las circunstancias. Nos es más que otro giro de tuerca al discurso de que cualquier acción reprobable por parte de Hezbolá tiene su justificación o forma parte de la naturaleza del conflicto. El propio autor enfatiza que su libro no es un manual de historia al uso, sino un ensayo histórico: Un relato de los hechos sin el apoyo de bibliografía y referencias. Hubiese estado bien conocer de qué sombrero sacó tantas ideas.
Por cierto, los dos soldados israelíes secuestrados en el incidente que dio origen a la guerra murieron en la emboscada de Hezbolá o por las heridas provocadas en un lapso de tiempo muy corto. Los cuerpos del sargento 1º Ehud Goldwasser y el soldado Eldad Regev fueron retornados a Israel dos años después.
Como dice el refrán, «¡Que atrevida es la ignorancia!. No tiene ni puñetera idea de temas militares y se mete a analizar una guerra. Eso si, como ya tiene las conclusiones antes de empezar todo es más fácil.
La verdad es que existen muchos ignorantes en temas militares y se ponen ha hablar sin razón solo por llamar la atención y lo peligroso es que lo hacen en algunos circulos en los cuales son tenidos en cuenta, y siempre tendremos que rezar para que no lo hagan en medios televisivos como hacen algunos y entonces es cuando el «ESPECIALISTA O ANALISTA» en tal o cual area de enfrentamientos es muy tenido en cuenta. Me gustaría, saber en que docuemento se puede tomar como referencia para saber realmente como comenzó el conflicto en el Libano y más especialmente en Afganistan. Muchas gracias.
Sobre la Guerra del Líbano desde la perspectiva israelí y con una visión muy crítica del papel de sus líderes militares y políticos recomiendo “34 days: Israel, Hezbollah, and the War in Lebanon” de Amos Harel y Avi Issacharoff del que acabo de hacer una reseña que es más bien un resumen. Una visión libanesa fiable de la misma guerra dudo que exista traducida al español o inglés y si existe alguna supongo que caerá en el género de «memorias personales de lo mal que lo pasé aquel verano».
Ronen Bergman en «The Secret War With Iran», a pesar del título, dedica bastantes páginas al Líbano.
En cuanto a Afganistán hay tres libros sobre el comienzo de las operaciones en el país tras el 11-S. Dos en inglés los tengo pendientes de recibir y el tercero ha sido publicado en español como «Soldados a caballo» por la editorial Crítica. Libros y documentos que cubran de forma más amplia 10 años de guerra lo veo complicado. No hay un equivalente a los libros de Tom Ricks sobre Iraq.