Un día japonés

Ayer por la mañana nos tocaron diana a las 6:30. A las 8:00 estábamos en el centro de Tel Aviv visitando el lugar donde fue asesinado el primer ministro Yitzak Rabin. Pusimos entonces rumbo al norte bordeando el Mediterráneo.

Dejamos atrás parques empresariales y Herzliya que representan un Israel más lustroso que el conocimos al viajar a Sderot y que contrasta con las poblaciones árabes. Cuando pasamos al lado de la antigua Cesarea tomamos rumbo noreste y anticipamos lo que vendría a continuación: Biblialandia, ese extenso parque temático al aire libre abarrotado de peregrinos dispuestos a creer que los cimientos de un iglesia paleocristiana es la «Casa de Pedro» y que una sinagoga del siglo III o IV de la era cristiana es la «Sinagoga de Jesús».

Primero cruzamos a lado del Monte Carmelo para dejar atrás el Mediterráneo. Sobre una colina divisamos Kfar Kana, el lugar de las Bodas de Caná y que es hoy un suburbio de Nazaret.

Cuando llegamos a orillas del Mar de Galilea paramos en Genosar para visitar un museo construido para una barca del siglo I de esta era en la algunos quiere ver, nada menos, «la barca de Jesús». Evidentemente el hall de la entrada, la cafetería self-service y la tienda de souvenirs hacían pequeño el espacio dedicado a la barca, reducida a mera excusa. De allí nos llevaron a nuestra primero inmersión entre peregrinos rusos y nigerianos en Biblialandia: Kfar Nahum (Cafarnaúm), que es hoy una comunidad fransciscana.

Para mí lo interesante es lo que nos esperaba mucho más al norte, cuando tras atravesar Kiryat Shmona llegamos al «Dedo de Galilea», uno de los puntos más septentrionales del país desde donde un mirador se contempla el Líbano a un lado y al otro los Altos del Golán. Hicimos una sesión intensa de japoneseo acompañados del portavoz del Mando Norte de las Fuerzas de Defensa Isrealíes. Luego pasamos por un punto donde sólo una carretera separaba un kibbutz de la frontera libanesa, desde cuyo interior nos miraron extrañados un grupo de cascos azules nepalíes mientras seguíamos con nuestra intensa sesión de fotografías a discrección. Hay que decir en descargo de los nepalíes que su extrañeza aumentó cuando me subí al guardarraíl para hacer fotos

Con el sol poniéndose y ya cansados caímos en la cuenta que eran poco más de las tres de la tarde. Pero el día no había acabado para nosotros. Nos llevaron a una cata de vinos presidida por un general retirado de origen franco-italiano cuyas bodegas exportan a medio mundo y han conseguido un montón de premios. Como no bebo vino no participé del jolgorio general pero sí disfruté del epicureísmo del anfitrión. En extremos opuestos del Mediterráneo la vida se entiende igual.

Regresamos a Tiberiades para en un restaurante cercano al hotel ser saturados en un desfile de platos que no sabíamos donde colocar mientras compartíamos mesa con un miembro de la comunidad árabe que nos contó largo y tendido los problemas del colectivo en Israel.

Y así terminó el día, con un paseo corto de vuelta al hotel. Hoy salimos para Jerusalén.

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