Málaga pero con carteles de letras raras

El domingo, el vuelo de Iberia salió dos horas y cuarto tarde de Barajas por culpa de un motor con una fuga de combustible que no hubo forma de reparar y que obligó a cambiar de avión. Sumando la espera sentado dentro del avión estropeado a la duración de un vuelo que cruza el Mediterráneo de punta a punta, me quedó la sensación de que pasé el domingo metido en un avión.

Madrugué porque temía largos y pesados controles de seguridad para embarcar. La verdad es que fueron los rutinarios y al poco rato de ir volando dejé a un lado el ejemplar de «La Guerra del Yom Kippur« que Sonia me regaló para dormir.

Llegamos finalmente a las cinco y media de la tarde para encontrarnos que en Tel Aviv ya era de noche. Resultado, supongo, de fijar una hora oficial que no concuerda con el huso horario en el que está la ciudad, pero que pone a Israel a sólo una hora más tarde de Madrid, París, Roma y Berlín.

Salí deprisa del avión rumbo a los controles de pasaportes dejando atrás al resto de pasajeros. Avancé a paso firme con mi típica cara de «sé a dónde voy porque he estado miles de veces aquí» cuando la verdad es que no había señalización alguna y no estaba seguro si era el camino correcto. Creí ver algún que otro control «aleatorio» de viajeros y apuré el paso al observar las hordas de viajeros avanzando hacia el corredor principal por los pasillos laterales (con la relativa tranquilidad de este año el país ha alcanzado estos días la cifra récord de 3 millones de turistas).

Cuando finalmente llegué ante el control de pasaportes me encontré a una chica bastante guapa (¿una estrategia de relaciones públicas de Israel?) a la que le entregué mi pasaporte y solté un «shalom» dicho con mi mejor «yenesepacuá». Tecleó y me preguntó el motivo del viaje. Le dije que asistir a un seminario y aproveché para enseñarle la carta de invitación en hebreo. Acuñó mi pasaporte, puso una hoja que me quitaron al pasar a la zona de recogida de equipajes y se acabó. Ya está. Entré en Israel. Así de fácil.

Salí del aeropuerto en un Hummer H3 que en aquellas autopistas con letreros trilingües (hebreo, árabe e inglés) me hizo pensar en ir en un vehículo blindado por la «Route Irish». Los carteles en árabe fue una sorpresa viniendo de un país donde las sensibilidades lingüísticas están tan exacerbadas. Pero aquí entre un cuarto y un quinto de los ciudadanos son árabes.

Entramos en Tel Aviv por la calle Kibbutz Galuyot, pasando por manzanas que no desentonarían en cualquier otra ciudad de Oriente Medio. Luego tendría oportunidad de descubir en el sur de Tel Aviv y Yafo el lado más pobre y decadente que no sale en los folletos turísticos.

Tras un introducción al país, a la que gracias a Iberia llegué tarde, terminamos en un restaurante judío yemenita que por muy exótico que resultase a priori me recordó la comida del resto de la región.

El lunes nos tocaron diana a las 7:00 para empezar a las 8:30 (¿quién necesita hora y media para prepararse?). Tras dos charlas dadas por un periodista y un experto en derecho internacional marchamos al sur. El paisaje me resultó familiar. Como si no estuviéramos lejos. No fui el único. Una periodista de RNE lo definió como «Málaga pero con carteles de letras raras» . Yo no lo habría definido mejor.

Paramos por el camino para almorzar unos bocadillos en un área de descanso («picnic area») vieja y salpicada de basura. El sobrevuelo de los helicópteros Cobra y Apache anunciaban la proximidad de la Franja de Gaza.

Llegamos a las afueras de Sderot, la población de mayor tamaño dentro del alcance de los cohetes Qassam. Pudimos ver la ciudad de Gaza desde lejos mientras nos daban otra charla sobre Gaza y la seguridad de la zona. Finalmente entramos en Sderot.

En una comisaría de policía vimos restos amontonados en estanterías de cohetes Qassam y pasamos a un centro cultural donde recibimos una visión diferente del conflicto dada por miembros del grupo Otra Voz. Todos nos alegramos de activistas como ellos y valoramos la charla. Pero ellos mismos reconocían su condición minoritaria en la sociedad israelí.

Regresamos ya de noche a Tel Aviv. Terminamos en un restaurante georgiano donde sobre un piano tenían una foto de Stalin de joven (tomada para su ficha por la policía zarista). Aproveché para descubrir que la comida georgiana comparte con la armenia la impronta del imperio otomano. (Ya alguien nos advirtió que saldríamos del país hartos de comer siempre lo mismo). Sabiendo que por la mañana marchábamos a Galilea no nos quedaron ganas de aventuras y nos fuimos de vuelta al hotel.

Hay mucho de lo que escribir más allá de las impresiones personales y las anécdotas. Pero ese material lo dejaré para entradas en el blog fuera del «Cuaderno de Viaje».

Una respuesta a “Málaga pero con carteles de letras raras

  1. The «Other Voice» website is very interesting. It really is sad that the only voices that are truly heard in this world are the ones belonging to people with economic and political power; basically, those who can pay to be heard.

    Bipartisan solutions can only happen when both parties are actually willing to listen and compromise. I’m not sure that’s possible in Israel right now. In the meantime, those who are directly affected by the violence on both sides will sadly just have to shed more blood and tears.

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